Blogia
COMENTARIOS SOBRE LA ACTUALIDAD DE ARAGON

Familia

HASTA LUEGO, CIELO

HASTA LUEGO, CIELO

Hola chiquitina. Nunca hubiera querido tener que escribirte esta carta, pero en el fondo de mi corazón sabía que este momento estaba más cerca que lejos. Hoy, chiquitina, ha sido un día muy triste para mí...mucho. Esta tarde te has ido a otro lugar, donde estoy seguro que vas a estar mejor, muy feliz, y desde donde nos vas a ver todos los días y nos vas a cuidar. Sí...ya lo sé,  pero a pesar de todas esas cosas buenas para ti... no puedo alegrarme.

Mi corazón está muy triste...muchísimo. Desde hace unas horas mis ojos están húmedos, y debo reconocer que he roto a llorar varias veces, cuando nadie me veía. Lo siento, no lo puedo evitar...Dejas un huequecito tan hondo en mi corazón, que...no puedo contenerme

Sí, sí... que ya lo sé... que estás muy bien allí, en el cielo. Te imagino saltando de nube en nube, con esa carita de contenta que ponías cuando bajábamos a pasear por la calle. Ibas toda coqueta y guapísima con tu collarcito, y cada tres o cuatro pasitos te volvías a mirarme para comprobar que no me había perdido. Estoy seguro de que allí eres muy feliz pero, Cuqui, no me pidas que esté contento, porque no puedo.

Sólo puedo pedirte perdón por haberte despedido con lágrimas en mis ojos, pero te aseguro que cada una de ellas (y otras que he logrado evitar que recorrieran mis mejillas) son una muestra de lo que te quiero. Porque, Cuqui, si entre beso y beso, caricia y caricia, te he querido decir algo hoy es...gracias. Gracias por lo buena que has sido (y que eres, porque para mí esta separación forzada solo es temporal) conmigo, con Mayte, con Chorche y Jaime (a los que no hemos dicho nada porque te adoran, y siendo tan pequeñitos se podrían disgustar mucho), con Pilar y Jesús (por cierto, ya habrás encontrado ahí arriba a Jesús), con Katy (a la que no vemos hace mucho tiempo, pero seguro que ahora tú ya sabes dónde está)...con todo el mundo. Gracias, chiquitina, por estos catorce años de amor, de cariño, de compañía, de fidelidad...Llegado a este momento, no sé si te lo he sabido agradecer en esta vida...espero que sí, pero...es tan difícil agradecer a alguien tanta felicidad, que creo que no he hecho lo suficiente.

Perdóname, Cuquita...estoy tan triste que no me puedo expresar bien con palabras.

Recuerdo el primer día que nos vimos. ¿Te acuerdas? Claro...claro que te acuerdas...Si fue un flechazo mutuo. Recuerdo que yo estaba esperando en el coche a que Mayte bajara de casa. Se abrió la puerta de su patio, y vi que llevaba una caja de madera de esas que se utilizan para la fruta. Hice un gesto de extrañeza, como diciendo "Pero, qué llevas allí", y de repente una cabecita peludita como un peluche se asomó con curiosidad. Eras un cachorrito pequeñito, como un osito, con tu antifaz gris (que cuando te hiciste más mayor, dio paso a unos preciosos ojos que, según todo el mundo, tenían pintada la raya de maquillaje). Qué día más bonito.

También me acuerdo perfectamente de tu primer paseo por la calle. Fue por la acera de la calle Predicadores. Eras tan pequeñita que te costaba mucho seguirnos el paso. Y, ¿te acuerdas de lo que pasó? Je, je. Sí, que se puso a llover y te asustaste. Te cogí con una mano y te puse dentro de mi cazadora, al abrigo de la lluvia, y tú asomabas la cabecita como chinchando a las gotitas de agua: "...Já, já...Ahora no me moooojooo...", mientras tus orejitas daban saltitos a cada paso que daba.

Luego te hiciste más mayor, y te convertiste en la mejor compañera de Pilar, y la mejor enfermera de Jesús (siempre de guardia). Mayte y yo estudiábamos contigo tumbadita en nuestras rodillas. Otras veces nos quedábamos dormidos los tres, tú encima de mi pecho, sobre mi corazón (como siempre lo has estado y como siempre lo estarás), con unos ronquiditos que nos provocaba la risa a Mayte y a mí. A veces nuestras risas te despertaban, y nos mirabas con cara de fastidio.

Tu juego preferido era lanzarte tus "quecos" por el pasillo para ir corriendo y derrapando sobre las baldosas para cogerlos. ¡La de buenos ratos que has regalado a Chorche y Jaime! ¡Y lo orgullosos que te paseaban los dos por la calle con tu collarcito (ese mismo orgullo que sentías tú de que te pasearan tus dos chicos)!

Me acuerdo también que una vez estuviste a punto de dejarnos, cuando eras pequeña. Pero afortunadamente, ese pequeño susto dio paso a todos estos años que hemos tenido la gran suerte de pasar contigo.

Chorche y Jaime no van a saber que te has tenido que ir y que, para desgracia nuestra, no te vamos a ver en esta vida (en la próxima, espéranos para vivirla juntos también). Ellos creen que te has ido a un pueblecito para que descanses más, porque estás viejita. Lo van a sentir mucho también, pero es mejor que crean eso porque son pequeñicos. Y es que, si tu relación con los mayores ha sido insustituible, qué te voy a contar de la relación con "tus chicos"...¡Qué buena "yayita" has sido con ellos!¡Cómo te quieren!¡Y cómo les quieres! Me acuerdo cómo, cuando eran unos recién nacidos, dormían en su capazo, y tú siempre estabas cerca. A veces te ponían a dos patitas y asomabas la cabecita para olisquearlos y verlos. No van a encontrar alguien que les cuide como lo has hecho tú.

Sabes, Cuqui, que todos estamos muy tristes con tu partida, aunque a la vez, porque tenemos fé, sabemos que estás muy bien, y que nos esperas allá arriba con Jesús, con Pascual... Pero, te echo tanto de menos ya...Cuídanos desde allí arriba, especialmente a Pilar que es mayor y lo está pasando mal con tu ausencia. No te olvides nunca de nosotros, por favor. Nosotros nunca te olvidaremos. Y aunque me veas ahora triste y no me puedas consolar con tus besicos y con tus mimos, no te preocupes porque sé que estás ahí cuidándome a mí, a Mayte, a nuestros hijos (tus chicos), a Pilar...a todos los que te queremos tantísimo.

Muchas gracias por habernos dado tanto. Has marcado nuestras vidas con tu bondad y tu cariño. No puedo decirte adiós, porque siempre vas a estar conmigo en mi corazón,  y porque esto sólo es un "hasta luego".

Muchos, muchos, muchos, muchos besicos de todos. Hasta luego, mi cielo.

Sergio

 

LE GRAND CHÊNE (EL GRAN ROBLE)

LE GRAND CHÊNE (EL GRAN ROBLE)

Los/as que tenéis niños en edad escolar, sabéis que estas fechas navideñas son propicias para que los chiquis organicen en los coles sus festivales o espectáculos de Navidad, donde interpretan pequeñas obras de teatro, nos cantan villancicos y nos enseñan a los papás y mamás sus progresos. Ayer tuve la oportunidad de asistir a la obra de teatro que prepararon los chicos y chicas de la clase de mi hijo mayor (Chorche, con seis añicos). Lo hicieron todos/as genial, muy bien. Cada uno tuvo su papel. El de Chorche fue el del Grand Chêne (el gran roble).

La historia consistía en un pajarito que se pierde y no puede ir a las tierras cálidas del sur con sus compañeros, y se queda todo el invierno en el bosque. Cuando se da cuenta del frío, acude a buscar refugio a un gran roble (Chorche). Pero claro, el roble es de hoja caduca, y en invierno no tiene hojas, por lo que no le puede ayudar, pero después de pensar una solución, cae en la cuenta que su amigo el pino es de hoja perenne, y por lo tanto le puede servir. Al final, la solución funciona y aparece Papá Noel con regalos y tal (de esta última parte me perdí un poco, porque la obra la hacen totalmente en francés y llega un momento que todos los padres ponemos una gran sonrisa para tranquilidad de los niños, pero que entre nosotros delata que no nos estamos enterando de algo).

Chorche estuvo muy majo (como todos sus compañeros/as). Iba (ver foto) con gorrito de papá Noel, camiseta blanca y pantalón rojo (todos a juego), y por su papel de gran roble sin hojas, le pusimos unas ramas y unos papeles marrones a manera de tronco. Como es tan formal, mantuvo durante toda la obra de teatro las ramas en alto. Un diez para ellos/as

HAY MOMENTOS EN QUE UNO...¡¡ SE LA JUEGA !!

HAY MOMENTOS EN QUE UNO...¡¡ SE LA JUEGA !!

Sí, eso mismo debió pensar mi hijo pequeño Jaime (tres años) cuando le tocó ir a ver a Papá Noel. Y digo, “le tocó” porque, al principio, Jaime no estaba muy convencido. No se trataba de que, como les pasa a algunos niños pequeños, le inspirara un poco de miedo la figura de un señor barbudo y regordete vestido de rojo. No, no era eso. Lo que realmente barruntaba Jaime es lo que podía pasar tras esta entrevista/examen, porque es consciente de que Papá Noel y los Reyes Magos, no traen regalos a los niños que no obedecen a sus papás. Y Jaime sabe que, en fin, obedecer lo que se dice obedecer…Digamos que “tiene un gran concepto de sus propias decisiones”.

 

Además, aunque tengo que reconocer que Jaime ha mejorado muchísimo en los últimos meses, y ahora ya obedece (algo) y se ha vuelto más formal y responsable, mi cachorro no se limita a no hacerte caso...es que, además te lo argumenta. Sí, tiene tres años, aunque a veces con los razonamientos que da para justificar sus decisiones (es decir, ir "a su bolo" como diría su hermano) parece que estés hablando con un señor de 33. Os pongo un ejemplo.

 

Los días festivos, Jaime y Chorche saben que un día a uno de ellos elige la película de "dibus" que ven, y al día siguiente esta decisión corresponde al otro. Esto es una regla que hemos puesto los papás, y ellos aceptaron en su momento. Pues bien, el día de autos Chorche (su hermano mayor, de seis años) era el encargado de elegir qué película iban a ver, pero Jaime nos sorprendió a todos negándose y diciéndonos que ese día le tocaba a él.

- Que no Jaime, ¿no te acuerdas que ayer pusiste Pinocho en el DVD?

- Zí, pero ahora me toca otra vez

Su hermano (Chorche) acostumbrado ya a este tipo de incidentes, bostezó un poco, y se fue a otra habitación: "...Bueno papá, cuando lo solucionéis, me llamas...". Papá y mamá, después de intentar convencer al pequeño a lo largo de 20 minutos de que hoy no le tocaba elegir a él sino a su hermano, nos quedamos de piedra cuando oímos el último argumento de Jaime para no ceder (argumento “made in Jaime”): “Pero papáz, ¿no oz dais cuenta de que hoy ya no ez hoy, zino que ya ez mañana? Por ezo, zi mañana me toca elegir a mí, y hoy ez mañana, elijo yo…”. No os podéis imaginar, además, la seriedad con la que te lo dice (se diría que está totalmente convencido estar en posesión de una verdad como un piano). Claro, al margen de salirte al pasillo a explotar de risa para que él no te vea, qué le contestas a eso. Bueno al final, tras una ardua negociación, eligió Chorche (que se durmió), y Jaime que no quería ver esa  peli, se la tragó entera (incluso dando botes encima de su cama, cantando y dando palmas en cada número musical de la misma). En fin, cosas de niños.

En fin, volviendo a nuestra visita a Papá Noel, tengo que decir que Jaime no estaba especialmente convencido del resultado. No obstante, lejos de lloriquear o mostrar su miedo o preocupación por si le traía regalos o no, Jaime afrontó el problema a su estilo: serio, estudiando las posibilidades con frialdad, y con mirada un tanto desafiante. 

Nos pusimos en la fila. Jaime estaba nervioso, pero a la vez vigilante. Estudiaba qué hacía Papá Noel con cada niño, en una posición casi de acecho felino. Por momentos, la ilusión por estar con Papá Noel vencía a la tensión del momento. Finalmente le tocó a él.

-         Venga Jaime, que te toca

-         Vaaale

-         Hola (dijo Papá Noel)

-         Hola (contestó Jaime de forma fría y deliberada)

 

Una mezcla de tensión e ilusión se apoderaba de mi chiquitín. Yo, seguro del buen resultado lo observaba. Me inspiraba mucha ternura (pobrecito, si en el fondo es muy bueno. Un poco trasto sí, pero es tan majico...). Jaime no se sentó de primeras a lado de Papá Noel. En un principio se quedó de pie, frente a él, con las manos en las caderas (enjarretado), midiendo las distancias y fijándose en el más mínimo gesto del pobre joven que hacía de Papá Noel, hasta comprobar por dónde salía el hombre peludo éste de rojo.

 

-         Hola Jaime, me ha dicho tu padre que te portas muy…Bueno, ya sabes que yo sé cómo os portáis todos, Jo, Jo, Jo.

 

Fue un momento tenso para Jaime y para mí. Para Jaime, porque lógicamente se acababa de enterar de que lo que sabía Papá Noel de él, se lo había chivado yo. ¡¡Su padre lo había delatado!! Me echó una mirada, que casi me atraganto. Yo, que no había hablado con Papá Noel, me dije, “…espero que este hombre no juegue con fuego, porque si se le ocurre decirle que tiene que obedecer más o algo así, Jaime no va a llorar, pero lo que sí puede hacer es  ponerle la barba de sombrero, y ya me veo a nosotros saliendo por una puerta trasera y a Papá Noel escoltado por los guardias de seguridad del centro comercial…”.

 

En la cabeza de Jaime cabían tres posibilidades:

“1.- Ezte hombre lo zabe todo. Mi padre ez un chivato. Eza barba ze la pongo de sombrero.No me trae regaloz

 2.- Ezte hombre no ha hablado con papá. Ez un farol. No ze entera, me trae regaloz.

 3.- Ezte hombre ha hablado con papá, pero ez de loz míoz. Me trae regaloz”

 

Finalmente, y totalmente desconocedor del riego que corría con un Jaime “cabreado”, dijo Papá Noel:

 

“- Me han dicho que te portas muy bien. A ver, qué regalos te gustan”

 

Y entonces, todo cambió. Jaime se relajó (yo más), se sentó al lado de Papá Noel con una sonrisa de oreja a oreja, y empezaron a hablar los dos como si se conocieran de toda la vida (parecían dos viejos amigos del servicio militar que se reencuentran al cablo de los años). Al final, Papá Noel le dio un caramelo, y Jaime le correspondió con un besico en esa barba que, momentos antes, tenía posibilidades de volar sobre su cabeza. Jaime salió convencido de que Papá Noel "era de los suyos". Y también se dio cuenta de que merece la pena portarse bien.

 

Jaime se fue la mar de contento, de mi mano, dando saltitos de felicidad. Tanto, que me dijo:

-         Ezte Papá Noel ez majo, ¿verdad papá?

-         Sí Jaime, es majo, pero yo prefiero a los Reyes Magos.

-         ¿Loz Reyez?...Cuándo vienen?

 

No le contesté porque por el aspecto de su cara me di cuenta que ya no me oía. Tenía esa mirada que indica que estaba presente físicamente, pero que su pensamiento ya había volado hacia otro lugar. Era evidente, por su faz, que ya estaba preparando la estrategia para afrontar otro momento difícil: convencer a los Reyes Magos de que se ha portado bien. Por un momento me imaginé a Jaime maquinando interiormente, con una música de intriga de fondo:

-         Mmmmmmm, los reyez….zí….Mechor, Gazpar y Baltazar…¿Zerán también de los míozzz? Bueno, zi el regordete de rojo me trae regalos, por qué no van a hacerlo los trez reyez??

En fin, así pasó y así os lo traslado. De todas formas, creo que Jaime y Chorche van a tener muchos muchos regalos este año, porque los dos son muy buenos. Cada uno es diferente, pero los dos son “oro molido”.

CARTA ABIERTA A JAIME (y vídeo)

Me ha dejado mal sabor de boca el artículo anterior en el que me he referido al sufrimiento de tantas personas por causa del terrorismo, las guerras, etc. Os adjunto este post (al principio no lo iba a incluir, pero bueno...) para leer algo más bonito. El otro día fue el cumpleaños de mi hijo pequeño Jaime. Cumplió tres añitos. Además de un camión y unos coches, le he regalado un papel con unas letras que os reproduzco a continuación. Se trata de un simple escrito, un papel, en el que quiero expresar cuánto le quiero. No lo conseguí. Las palabras escritas a veces se quedan muy cortitas para expresar los sentimientos. Por cierto, también os adjunto un pequeño vídeo de Jaime en plena acción (cantando una jota con dos añitos). Bueno, aquí va:

"Hola chiquitín. Hoy cumples nada más y nada menos que tres añitos, y esta carta es parte de tu regalo de cumpleaños (…además del camión con coches que elegiste el otro día en el Toy R Us, claro…no te preocupes que no me he olvidado).

 

De mayor, cuando leas esta carta que te guardo, pensarás que puede ser un tópico, pero es verdad, cariño: Qué rápido pasa la vida. Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que nos vimos las caras. Era una fresca mañana de un 7 de septiembre, hacia las 8 de la mañana en la sala de partos de una clínica. Todo fue muy rápido…pero muy bonito. Saliste de la tripita de mamá, y lo hiciste, creo yo, casi con serenidad, como quien hubiera pasado por ese trance cuatro o cinco veces ya. De hecho, casi no lloraste. Ya mostraste nada más estrenar tu vida independiente, que lo tuyo es afrontar las situaciones de frente. Todo carácter (…y qué carácter).

Te pusieron sobre el pecho de mamá, y recuerdo que, en aquel instante, cuando ya había pasado el momento difícil del alumbramiento, pusiste cara de protesta: "…Pero qué lío estáis montado aquí, con lo cómodo y tranquilo que estaba allí dentro?…Y toda esta gente quién es?…Pero traedme algo de comer, hombre, que llevo un hambre encima que no veo!…Pero bueno, dónde está el cordoncito éste de la comida de mamá…Sí hombre el que me conecta con el ombligo…Pero…pero…¡¡Si no está!!…¡Oh Dios mío, lo ha debido romper el tío ese de la barba! Pero de dónde han sacado estos salvajes…Les denunciaré!! Nadie rompe mi cordón umbilical y se va tan campante…Con la experiencia que tengo yo en los juzgados acompañando a mi mamá a todos los juicios que hemos hecho juntos…Vamos…". Pero de llorar, nada.

 

Yo te dí un besito en la frente. Nos miramos fijamente por espacio de dos o tres segundos. Me imagino que pensaste algo así como "…Así que tú eres el que respondía a mis pataditas en la tripita de mamá por las noches ¿eh?…". Yo recuerdo que me dije "…Así que tú eres el que pegaba las pataditas dentro de la tripita de mamá por las noches ¿eh?…".

 

Han pasado tres años desde esa bendición con la que Dios quiso premiarnos a tu madre y a mi. Pero como te decía, mi vida, ¡cómo pasa el tiempo! Ayer fue ya tu primer día de colegio. Y allí, en el cole, como no podía ser de otra forma, te comportaste como lo haces siempre ante cualquier eventualidad: con la valentía que has heredado, sin duda, de tu madre. Sin llorar. Sin querer entrar de la mano de nadie: tú solito. Portándote genial. Sin cortarte. Tal vez con algo de temor, pero dominando la situación. Haciendo que algún compañero de clase, un poquito más triste, se sintiera seguro y bien contigo al lado. Con esa valentía que te llevará muy lejos en esta vida.

Pero además de ser un "tío" valiente, ya estás aprendiendo a ser una persona responsable, buena, que no quiere hacer daño a nadie, que sabe que hay que ayudar a todo el mundo (…claro,claro…especialmente al tato, que en tu pequeño mundo es una referencia). Lo tienes todo. Eres valiente, y eres muy bueno. Y con el tiempo aprenderás que las dos cosas hacen falta. Porque ser buena persona sin ser valiente, te lleva a algunos sitios, pero otra gente no te dejará en paz. Y ser valiente sin ser buena persona, es ser un pobre hombre.

Pero no te pienses que eres el único. Yo también lo tengo todo. Y no porque sea valiente (que seguramente no lo seré). Tampoco porque sea buena persona (que lo intento, aunque no llegue a conseguirlo suficientemente). Lo tengo todo porque te tengo a ti. Os tengo a vosotros.

Muchas felicidades, mi amor. Sigue cantando las joticas que te enseña la yaya (como en el vídeo que os adjunto). Sigue jugando con tu hermano hasta que caigáis rendidos. Sigue corriendo por la casa partido de la risa desnudo de cintura para abajo, con tu madre detrás con el calzoncillo en ristre encorriéndote. Sigue confundiendo las fotos de pequeño de papá con tu propia imagen. Sigue disfrutando de la vida.

Te quiero muchísimo."

Y ahora...el vídeo. Se ve un poco mal, no lo he querido mejorar, pero lo importante es oir lo bien que canta.

LIBROS

LIBROS

Como ya dijo Nachete por un comentario, hace unos días fue mi cumpleaños. Entre los regalos, dos que me hicieron especial ilusión. Los dos son libros. Uno lo eligió Jaime, con su mamá, en la librería ("Frases célebres de niños", de Pablo Motos; Jaime con dos añitos es un seguidor incombustible de Pablo Motos; Chorche también porque lo oíamos en la radio del coche cuando lo llevaba al cole). El otro libro me lo regaló Chorche. Este último se titula "El papá al trabajo", y su autor es el propio Chorche. En la portada me ha dibujado muy contento. En la página 2 dice "El papá se va al trabajo por la mañana", y sale dibujado un coche. En la página 3 continúa diciendo "Y para en su trabajo", y Chorche ha dibujado el castillo de la Aljafería (en la imagen que os muestro) con la bandera de Aragón (le falta alguna barra, pero para seis años está muy bien). La página 4 está decorada con otro dibujo de mi coche saliendo de la Aljafería y con la frase "Y luego se va del trabajo". La página 5 dice "Y luego llega a casa", y claro, ha dibujado unas escaleras. La página 6 dice "Y luego sube", y cómo no, salgo yo subiendo las escaleras. Por último la página 7 dice "Y luego a dormir" y aparece papá (yo) en la cama y, atención, con los auriculares puestos para escuchar la radio (no pierde detalle Chorche).

Además, Chorche me ha hecho una tarjeta de trabajo en la que ha dibujado el logo del PAR. Y todo lo ha hecho solito. Así que mi cumpleaños ha sido muy feliz, con los regalos y los besicos de mis dos chiquitines.

PEQUEÑO SPIDERMAN

PEQUEÑO SPIDERMAN

Imagino que ya sabéis quién es este pequeño Spiderman. Efectivamente, es Jaime (dos años). Atención a su mirada desafiante.

MARCHA A LA FUENTE DEL PACO

MARCHA A LA FUENTE DEL PACO

Este sábado, he aprovechado para practicar mi afición favorita: senderismo. Y para ello, acompañado de dos montañeros muy especiales (Chorche y Jaime), hemos subido la Fuente del paco, en el Valle del Aragón. La fuente en cuestión no pertenece a nadie que se llame "Paco", no. El "paco" es como se conoce en esta zona a la ladera que está orientada de forma que casi no recibe los rayos del sol directamente. Son espacios muy frescos y húmedos, con gran vegetación y bosque espeso. Sería lo contrario (más o menos) de la "solana".

En fin, pues, como os decía, este sábado, huyendo de unos días de mucho calor en la ciudad, cogimos la mochila y las botas y nos dirigimos a este paraje. Hay dos formas de llegar. Una, con vehículo por una senda sin asfaltar rodeando la zona. La otra (la elegida por nuestra parte) a pie, por una senda que atraviesa el bosque. Al principio es un poco empinada, pero al cabo de media hora (un poquito más si vas con niños pequeños) se convierte en un camino muy agradable entre pinos. Hay dos o tres carteles explicativos de la orografía, fauna, etc del lugar. En uno de ellos (el relativo a la fauna), Chorche nos explicó qué animales podíamos encontrarnos: "...milanos, zorros y jabalíes...". Jaime apostilló que también "...hormigas...", y es que el cartel contenía los dibujos de los animales que decía Chorche, además de una hormiguita que iba cruzando de lado a lado el panel explicativo. Claro, Jaime que la vio, debió pensar que su hermano se había dejado de decir "hormigas". Chorche le dijo que las hormigas no salían en el cartel, y Jaime puso cara de decir "...Pero tato, no ves que también hay en el cartel una hormiga, que, incluso...¡se mueve!...".

El recorrido fue muy agradable, pero evidentemente, no nos cruzamos con jabalíes ni zorros (¡ya nos hubiera gustado!). Nos tuvimos que conformar con algunas aves (algún cuervo (o "cuerno" según Jaime), y quizá algún milano, pero sin estar seguros de éste último), y con insectos y plantas. Cuando llegamos arriba, la pregunta típica de Chorche y de esta fuente: "...Papá, quién es Paco...". "...No Chorche, que paco no es nadie. Paco es el nombre que se da aquí a la umbría, a la sombra de la montaña...". "Aaaah!...Pensaba que Paco era el dueño de la fuente..."."No, no, es la fuente del paco, porque es la fuente que está en esta zona tan húmeda y tan fresca...". "...Entonces esta fuente de quién es?...". "...De todos...". "...De Paco también?...". "...Chorche...no me vaciles que soy tu padre...". (Risas).

 Estuvimos un ratito, con el cielo amenazando lluvia, pero finalmente no rompió. Lo cierto es que el lugar es muy fresco. Los niños jugaron con sus palos recogidos por el camino para usarlos de bastones para caminar (o de espadas, según el momento infantil). Mayte disfrutó viendo a sus hijos rodeados del olor y el color del bosque. Yo aproveché para reflexionar sobre la vida.

SEGUNDA MEDALLA DE MI PEQUEÑO SALTAMONTES

SEGUNDA MEDALLA DE MI PEQUEÑO SALTAMONTES

Mi hijo mayor (Chorche, seis añicos), ha ganado su segunda medalla de taekwondo. Empezó hace dos años ya. Recuerdo que el kimono le iba muy grande, y que parecía una pulga con un traje blanco. Hoy ya es cinturón naranja, y ha conseguido su segunda medalla de exhibición. A ver si continua su gusto por este deporte. Para la foto se ha puesto muy serio, y en una posición de estas que casi dan miedo, pero en el fondo estaba loco de contento, no sólo por la medalla sino porque la exhibición la ha hecho con sus amigos y amigas...y eso es lo mejor.

Además sus profesores, que son cinturón negro y no sé cuántas cosas más, nos han deleitado con una exhibición de rompimientos de maderas, de esos espectaculares. Espero que a Chorche no le de por probar con las puertas de casa.

 

UN TROZO DE HERRADURA

UN TROZO DE HERRADURA

Hace unos días, visité el pueblo del que proceden mis antepasados paternos (Ibdes, en la Comarca de la Comunidad de Calatayud). Allí fui a dar un paseo en compañía de mi padre y de mi hijo pequeño por una serie de "tierras" que pertenecen o habían pertenecido a mi familia, y que habían sido trabajadas por mis abuelos y mis bisabuelos.

Más concretamente, recorrimos tres "corros" de tierra. Dos habían sido en tiempos "eras", es decir un pequeño terreno donde se trillaba con la ayuda de las mulas. De estos pequeños terrenos uno, ya no es nuestro porque se vendió a otro vecino. El otro era una pequeña superficie donde mi abuelo de joven plantaba diversos cultivos, y hoy está ocupado por unos pocos almendros (que aún no había florecido) y un viejo pero gran nogal.

Mientras escuchaba a mi padre rememorar sus años de niño cuando acompañaba a su padre a trillar con las mulas y los machos, y vigilaba a media distancia al pequeño Jaime que, de salto en salto, iba recogiendo piedrecitas, me llamó la atención una roca de tamaño mediano. Era de un tono blanquecino (el lugar se llama "el blanquizal" o "blanquizar" como le dicen los mayores). Me dirigí hacia ella despacio, y fue entonces cuando algo llamó mi atención por su color pardo-óxido. Era el trozo de una herradura.

Como un crío pequeño, rápidamente fui a enseñárselo a mi padre:

 

  • ¡Mira papá! Un trozo de herradura
  •  

  • Claro, es que esta zona es donde trillábamos con las mulas. Seguramente, será de alguno de los animales que teníamos.
  •  

 

El hallazgo produjo en mí una sensación de satisfacción plena. Yo no veía este objeto sólo como un trozo de hierro oxidado. Era mucho más. Puede parecerte exagerado, pero en aquel momento, para mí era una parte pequeñita de la historia de mi familia. ¡Qué ilusión me hizo! (Sólo me faltó ir corriendo a Jaime a "chicharle" diciéndole algo así como "...Miiraaa. Yotengounaherraduuuraa,... y túuu noooooó...".

Desgraciadamente (es ley de vida) mis abuelos ya nos dejaron, pero de alguna forma volvían a estar presentes a través de ese descubrimiento. El trozo de herradura era un auténtico libro abierto sobre la forma de vida de las familias hace más de cincuenta años: el duro trabajo agrario, la ayuda de las mulas, las trillas, la vendimia (cuando había viñas), etc.

Regresamos a nuestra casa. Jaime, mi pequeño, llevaba sus piedrecitas como un tesoro. Yo también llevaba mi tesoro (mi trocito de herradura) en la mano. Mi padre...mi padre llevaba el tesoro en el corazón: prácticamente no habló mientras volvíamos. Se notaba que su cabeza estaba ocupada en algo (incluso Jaime, de la mano de su yayo, lo notaba y permanecía en silencio). Y yo sé qué es. Sólo había que mirar su ojos para darse cuenta: El mismo camino que él hacía de niño con su padre, de vuelta a la casa después de trabajar el campo, y que no había hecho hacía muchos años, lo repetía esta jornada. Es verdad que esta vez ya no era un mocete, incluso era mucho más mayor que su padre cuando lo recorrieron por última vez. Ahora no iba sobre los lomos de la mula, mientras la conducía su padre tirando de la rienda al caminar. Y también es verdad que en esta ocasión, no cantaban a coro esa jota que entonaban a la vuelta, y que todavía hoy le emociona:

 

"Que cuando vienen del campo vienen cantando

¿Por qué vienen tan contentos los labradores?,

porque las espigas de oro ya van granando,

ya vienen de ver el fruto de sus sudores

¿Por qué vienen tan contentos los labradores?"

 

Sentí mucha pena porque hace tiempo que los abuelos ya no están con nosotros. Pena por no poder hablar ya con ellos de tantas cosas que me gustaría y que se han quedado en el tintero. Sentí pena por la tierra en sí misma. Sentí pena por el paso del tiempo.

Y aunque la verdad es que la vida hoy ha mejorado en tantísimas cosas desde un punto de vista material, etc (desarrollo totalmente necesario y positivo y que así debe seguir siendo), no deja de llamarme la atención cómo al final, en nuestro paso por este mundo, parece que lo que permanece no es exactamente lo material, sino algo que va mucho más ligado a la emotividad, a los sentimientos y a la familia. Por ejemplo, un trozo de herradura.

 

P.D. Si queréis ver un trocito de la historia de mi familia, podéis consultar el post que publiqué el día 22 de noviembre de 2006, bajo el título "Gloria Bendita", donde aparece una fotografía de mis abuelos, mi padre y yo, junto a la mula Castaña y la Perdigana, en la misma puerta de la Casa.

JUEGOS DE NIETOS Y YAYO

JUEGOS DE NIETOS Y YAYO

¿Habéis visto alguna vez un terremoto? ¿No? Bueno, pues si pasáis un día por mi casa os presentaré uno. Se llama Jaime y tiene dos años.

Los que de vez en cuando os ponéis en contacto conmigo me habéis dicho que os gustan los artículos del estilo de "Gloria Bendita" o de "Crónica de una noche de Reyes". Pues bien, aquí viene otra entrega de vivencia personal (y real por supuesto) con mensaje final, como siempre.

El otro día mi pequeño Jaime me dejó perplejo. Estábamos jugando en su cuarto con sus coches y camiones. Aunque, puestos a decir la verdad, con Jaime no se juega "a los coches", sino a "aparcar" estos juguetes. Sí, Jaime es así. Como casi siempre que jugamos (dando muestras de ese carácter que sin duda alguna viene por la vía materna) las reglas del juego las pone él. Por ejemplo, no vale aparcar los coches de juguete de cualquier forma, no. Tienen que estacionarse "en batería" y no en cordón. Además, por una de esas reglas unilaterales de este pequeño dictadorcillo, los coches más cochambrosos me toca aparcarlos a mí, claro. Los coches más chulos siempre le corresponden a él (...eso sí, alguna vez aprovecho que está cenando o bañándose para probar sobre todo ese supercamión de bomberos, con su escalera, sirena de dos tipos, ruedas grandes (seis), parachoques y retrovisores metalizados, mangueras de color rojo y negro, luces...ejem...En fin, que es muy chulo el camión). Bueno, pues en esas estábamos.

Comenzaba ya a molestarme el lumbago por la posición que adoptaba para jugar, cuando de repente, en uno de esos cambios repentinos de atención que tienen los niños de esta edad (tan pronto les interesa un juego, como que pasan a otro), Jaime me propuso lo siguiente:

  • "Oye papá, ahoda a echad cadedas" (Oye papá, ahora a echar carreras)
  • Pero, ¿con los coches o corriendo nosotros?
  • "Noooo. Codiendo nozotroz" (Noooo. Corriendo nosotros).

Yo ví en este cambio de juegos mi oportunidad para liberarme del dolor de espalda, así que acepté encantado. Una vez más, Jaime estableció las reglas:

  • "Yo doy la zalida" (Yo doy la salida)
  • Vale, ¿hasta dónde corremos?
  • "Hazta allí" (Hasta allí, hasta la mesa del salón)
  • Vale

Nos preparamos para salir corriendo, cuando oímos a la yaya que nos advertía desde el otro lado de nuestra casa:

  • Jaime, a ver si te vas a esbarar y te vas a estozolar. Luego no me llores, que estás avisado.

Reconozco que en momentos de advertencias como ésta, yo soy peor que mis hijos, así que ambos hicimos como que no iba con nosotros las palabras de la yaya. Así pues, ya teníamos todo preparado para la salida. Jaime con su lengua de trapo declamó las palabras mágicas para dar inicio a la competición:

  • "Pepadadoooooz...Líiiztooooz...¡Ya!" (Preparadooooos...Liiistoooos...¡Ya!)

Al oir el "ya", me lancé por el pasillo que da al salón, donde se encontraba la ansiada meta (la mesa del salón). Por unos momentos sentí cómo desde algún lugar celestial sonaba la música de "Carros de Fuego" (ta ta ta ta taaaa ta, ta ta ta ta taaaa...), mientras mi cuerpo se movía como en cámara lenta coordinadamente con el ambiente semionírico y heroico del momento... Cuando de repente ¡zas!...¡vuelta a la realidad! Un "Eeeh!" infantil y quejoso que parecía proceder de un metro más abajo, me hizo despertar de mi fantasía. Era Jaime, claro.

Me vuelvo con cara de extrañeza y le digo:

  • ¿Qué pasa?

Y me encuentro con la siguiente imagen: un enanito muy muy muy enfadado, que con el ceño fruncido, cara de pocos amigos, y postura "en jarras", se me acerca paso a paso con tono casi amenazante. De repente, el pitufo levanta su mano derecha, y mientras mueve su dedo índice transversalmente, me dice:

  • "No, no, no no...Mú mal papá. Aún no he acabao de dá la zalida." (No, no, no, no ...Muy mal papá. Aún no he acabado de dar la salida.)

"¿Cómo?", pensé yo. "¿Que aún no ha acabado de dar la salida? Uy, uy, uy, uy. Aquí hay gato encerrado".

Jaime estaba casi indignado: una cosa es que papá le gane a correr (que, tampoco) y otra que encima le haga trampas... ¡faltaría más! Así que, viendo que estaba "de morros", utilicé un tono conciliador:

  • Ah Jaime!, ¿que aún no habías acabado? Es que no me he dado cuenta. Venga, da la salida otra vez

Tan pronto como oyó mis palabras, su gesto cambió automáticamente. Su carita de enfadado se tornó en una faz pletórica de alegría, contento como un cascabel, con una sonrisa de oreja a oreja y unos ojicos brillantes como el sol. Así que volvió a su ritual previo a la salida: posición atlética yyy...

  • "Pepadadoooooz...Líiiztooooz...¡Ya!" (Preparadoooos,..Liiistoooos...¡Ya!"

A continuación me quedé inmóvil como una estatua. Fue sólo un segundo, pero aquel instante me dio para pensar "¿qué irá a decir Jaime ahora? ¿no será un taco? Y sobre todo ¿de dónde lo habrá sacado? ¿será un taco? ¿lo habrá oído en la tele? ¿será un taco? ¿saldrá la abuela al pasillo justo cuando pasemos y la atropellaremos? Igual no es un taco pero, ¿y si es un taco? ...". Podía pasar cualquier cosa, sobre todo si el control de la situación dependía de terremoto Jaime.

Pero lo que ocurrió no fue tan grave. Y no fue nada malo (...y no fue un taco!). Al contrario, fue una cosa muy bonita. Y es que, Jaime continuó con su oratoria previa a la salida, añadiendo la siguiente frase:

  • "¡Que va!...¡Que va!...¡Que va e gavilán!...Zi no t'ezcapaz te hé de pelááá!" (Que va, que va, que va el gavilán. Si no te escapas te he de pelar)

Ahora, el que se quedó sin palabras y quieto en el sitio fui yo. Mientras, Jaime escapaba a golpe de pañal hacia la meta (la mesa del salón).

  • Un momento, un momento, un momento - espeté.
  • Oye Jaime, ¿qué es eso del gavilán que has dicho?

Y Jaime con sus dos añitos, se giró y se acercó a mí muy lentamente, desafiante, nuevamente con las manos en jarras, balanceándose paso a paso, como un jotero pequeñico plantando cara a los franceses en plena Guerra de la Independencia. Casi daba miedo. Levantó sus bracitos hacia el cielo y, con tono de molestia por tener que dar semejante explicación, me dijo:

  • "¡La zalidaaaa!" (¡qué acento más mañico puso para estas dos palabras!)
  • Ya, ya. La salida. Pero ¿qué es eso del gavilán? ¿Dónde lo has oído? ¿Quién te lo ha enseñado?.

La cara de Jaime reflejaba un rictus de incredulidad. Yo creo que pensaba para sus adentros algo así como "...Pero papá, ¿cómo me preguntas tú que quién me ha enseñado esto del gavilán? ¿será posible que ya lo hayas olvidado?...". Finalmente, me contestó con dos palabras:

  • "El yaaayoooo" (ahora con un tono más aclaratorio y tranquilizador, como el que le pongo yo cuando le explico o le corrijo en algo).

Y entonces caí en la cuenta. Es verdad...ya se me había olvidado. Hace ya muchos años, mi padre (el yayo de Jaime y Chorche) me contaba que cuando él era niño jugaba con sus amigos en la calle a cosas tales como el "tú la llevas", "el escondite", etc. Y en casi todos estos juegos, siempre había alguien que "la pagaba", quien debía contar (por ejemplo, hasta diez) dando tiempo a los demás para esconderse o escapar. Y era entonces, cuando llegaban al último número de la lista, cuando a modo de aviso de que habían acabado y que salían "de caza", decían:

  • "¡Que va! ¡Que va! ¡Que va el gavilán! Si no te escapas...¡te he de pelar!".

Recuerdo que cuando mi padre me lo contó, siendo yo pequeño me causó cierta extrañeza, pero tampoco demasiada porque mis amigos y yo también teníamos nuestras frases propias del juego o cantinelas del estilo de "un avión japonés, ¿cuántas bombas tira al mes?" (al niño o niña que le tocaba la palabra "mes" decía un número, se volvía a contar, y el que coincidía con éste, o bien la pagaba o se salvaba (según lo amigo que era, claro)).

Y, volviendo al relato original, finalmente todo se resolvió. Resulta que la tarde anterior, nietos y yayo habían pasado varias horas jugando juntos. Era evidente. Ello explicaba lo del gavilán. Juegos en los que dos generaciones de la familia unen, y comparten cariño, cuentos, pasatiempos...y vida. Juegos en los que los nietos observan a su yayo totalmente absortos, mientras éste les relata un cuento de un monstruo al que se enfrentan dos valientes caballeros cuyos nombres, curiosamente, son Chorche y Jaime. Juegos en los que el yayo se retrotrae varias décadas reviviendo su niñez y sus diversiones infantiles.

Reflexioné unos segundos, y medité que tal vez el paso del tiempo en esta vida es un compañero traicionero que nos oculta tras la niebla del olvido "pequeñas" cosas que realmente son mucho más importantes de lo que pensamos. De hecho, yo no recuerdo cuántos años hace de la última vez que jugué con mi padre a algo así. Pero imagino que, quizás, la pagaba yo. Tal vez conté hasta diez, mi padre se escondió detrás de ese gran árbol que había al principio del parque y cuyas hojas caídas sobre el suelo en otoño me encantaba pisar, y yo avisé con un altísimo "¡Que va! ¡Que va! ¡Que va el gavilán! Si no te escapas...¡te he de pelar!"... ¿O tal vez la pagaba mi padre? No sé...no recuerdo.

El caso es que mi olvido imperdonable ha sido subsanado por mi hijo pequeño (¡cuántas cosas aprendo cada día gracias a mis hijos!). Así que, tras pensar unos días sobre esta cuestión mientras observo cómo crecen mis chiquitines, he decidido que, si un día Chorche y Jaime olvidan la advertencia del gavilán, yo me encargaré de que la llama de la memoria siga encendida para que mis nieticos y/o nieticas conozcan cómo jugaban de pequeños su yayo y el papá de su yayo. Para mí, ésta es una de las miles de ricas facetas por descubrir y vivir en el seno de la Familia.

Por todo ello he querido traer esta reflexión al blog. Me encantaría que reflexionarais sobre ello.

Firmado,

"El gavilán"

P.D. Os adjunto foto del camión de bomberos...¡qué pasada! ¿verdad? Pues además, la escalera se mueve hacia los lados...¡una pasada!...¡De verdad!...Bueno...adios.

 

CRÓNICA DE UNA NOCHE DE REYES

CRÓNICA DE UNA NOCHE DE REYES

La noche del 5 al 6 de enero (denominada "Noche de Reyes" porque para los niños los Reyes Magos van a sus casas para dejarles regalos) es muy especial para los pequeños de la familia. Se trata de una buena ocasión para reflexionar en el blog sobre algunos aspectos. Os invito a compartir (con un poco de humor) la Noche de Reyes de mi familia.

 

Este año, Chorche y Jaime esperan la venida de Sus Reales Majestades de Oriente en una localidad cercana a Jaca. La jornada ha estado colmada de momentos muy emocionantes, y a lo largo de todo el día 5 de enero han presentado un estado más alterado de lo normal pensando en lo que iba a ocurrir por la noche. Chorche, que ya tiene cinco añitos es consciente de todo (dentro, por supuesto, de la fantasía y el secreto sobre la verdadera identidad de los Reyes Magos, que obviamente todavía no le ha sido desvelado). En cambio Jaime, que con dos añitos es todavía muy chiquitín, intuye algo (sabe cómo se llaman los reyes, que hay que portarse bien porque traen regalos, etc) pero no tiene una visión global o permanente de la situación.

 

Pues bien, llegadas las siete de la tarde nos hemos dirigido a la Calle Ramiro I de Jaca, donde tenía prevista su salida la coqueta cabalgata jacetana. Bueno, realmente ya estábamos media hora antes porque la ilusión de los chicos era tan grande que no nos ha quedado otra opción. Hacía frío (no tanto como otros años en Zaragoza), pero Chorche y Jaime no han parado ni un segundo, razón por la cual ellos no han notado las inclemencias térmicas (cuestión diferente es el frío que hemos sufrido los papás y las mamás que acompañábamos a los chicos, aunque los ojicos de todos ellos compensaban con creces todo). Y aunque, como os comentaba antes, Jaime no se da cuenta de todo lo que ocurre, ha encontrado especialmente interesante la cabalgata no sólo por los Reyes Magos, sino porque la misma era encabezada por el cuerpo de Bomberos de Jaca, concretamente un coche y ...¡un camión!...¡un camión de bomberos con las sirenas y luces encendidas!...¡ y además repartiendo caramelos!...En fin, que con la admiración que siente Jaime hacia los bomberos y sus camiones, y lo que le gustan los caramelos (podría alimentarse sólo con dulces durante semanas), el más pequeño de los Larraga debía encontrarse en una situación cercana al éxtasis infantil.

La cabalgata se componía de cuatro carrozas. Una por cada Rey Mago (o como diría Jaime, "Melchor, Gazpar y Báltazzar") y otra más donde los monarcas llevan las cajas de los regalos para los niños. Éstos casi enloquecían cada vez que pasaba uno de estos tronos reales móviles. No tiene precio poder apreciar las caras de niños y niñas de diferentes edades, entre la alegría, la emoción y el asombro frente a la contemplación de los Reyes (para ellos, la prueba fidedigna y fehaciente de que los Reyes Magos existen). Y tampoco es nada fácil poder observar una generalidad de rostros de papás y mamás invadidos por una sonrisa de satisfacción por ver tan ilusionados a sus hijos...y también por ver un año más a los Reyes Magos porque, aunque se vive de otra forma por razones evidentes, por algunos minutos también creemos en ellos.

Pajes y Reyes han repartido caramelos y saludos. Chorche, en medio de ese estado de sobreexcitación, ha cogido caramelos para llenarse los bolsillos, casi buceando junto a otros niños y niñas entre la acera y los adoquines a la caza del dulce.

  • - "Eh Jaime, de todos los caramelos que cojo, la mitad son para ti", le ha dicho a su hermano pequeño.

Y Jaime, en brazos de mamá, seguramente por su edad ha mantenido otra actitud totalmente diferente. Al amparo del cariño y el calor maternal, debajo de su gorrito rematado por una bola blandita, sólo acertaba a mirar con los ojos muuyy muuyy abiertos, a señalar a cada uno de los reyes, decir su nombre con asombro absoluto, y saludarles con su manita fría como la noche. El que más le mola es "Báltazzar" (Baltasar) como a su mamá cuando era chica, pero tengo serias dudas si le ofreciéramos optar entre éste y el camión de bomberos (...incluso el coche de bomberos creo que tendría posibilidades de ser elegido).

 

Al paso de la carroza de los regalos, Chorche ha acertado a decir:

  • - Papá, ¿están en esa carroza nuestros regalos?
  • - Claro, tato. Allí están los de todos los niños y luego los reparten cuando estéis dormidos.

Jaime, señalando la caja más grande de la carroza, ha dicho con su lengua de trapo:

  • - Queo que la mía ez eza amaílla (Creo que la mía es ésa amarilla).

 

Concluido el desfile regio, hemos iniciado nuestra vuelta a casa con la esperanza de que tantas emociones causaran en nuestros chicos un efecto somnífero:

  • - Hoy tenéis que ir a dormir muy pronto porque hasta que no os durmáis los Reyes no vienen...¡no vaya a ser que os acostéis tarde y los Reyes pasen de largo si ven que estáis despiertos!
  • - Vale, vale (dijo Chorche)
  • - Zí (apostilló Jaime)

 

Tras un breve momento de silencio, únicamente con el sonido del motor de nuestro vehículo de fondo, y entre la oscuridad de la noche en la carretera (tiempo que debió dedicar en hacer sus cábalas sobre la infraestructura de los Reyes Magos), Chorche lanzó la siguiente andanada:

  • - Oye papá...¿por qué hay que estar dormidos cuando vienen los Reyes? Porque a los Reyes ya los hemos visto, y no estábamos dormidos. Si vienen a casa, ¿no sería mejor que estuviéramos despiertos para recibirlos?

Automáticamente, papá y mamá se cruzaron en silencio una mirada con cara de "dí tú algo". Papá volvió la vista a la carretera (bonita excusa para pasar la pelota al cónyuge), y mamá con una naturalidad que incluso a mí me sorprendió le contestó:

  • - Chorche, cariño, hay que estar dormiditos porque los Reyes tienen mucho trabajo esta noche y no pueden entretenerse con los niños. Por eso, vamos a verlos a la cabalgata o a algún otro sitio y hablamos entonces con ellos: te preguntan tu nombre, tu edad, si has sido bueno, y qué regalos te gustan. Si vienen a casa y estás despierto, seguro que se pondrían a jugar contigo y con los otros niños, y claro...¡no les daría tiempo de hacer su trabajo!

Una sensación de alivió corrió por nuestros pechos después de oír un "¡Ah claro!" desde el asiento de atrás. Con ello, ya llegamos a nuestro destino, y mamá y yo dimos comienzo a una operación milimétricamente diseñada días atrás. Se trata de ...

 

 

OPERACIÓN "NOCHE DE REYES"

(Misión Posible en versión teletipo para todos los papis).

 

20'30 horas del día 5 de enero. La familia en pleno atravesamos la puerta de casa. La mercancía ha pasado desapercibida para los niños, pero estaba en el maletero del coche que acabamos de dejar fuera (por ahora el plan se desarrolla según lo planeado).

 

20'45 horas. Los chicos, especialmente Chorche, están nerviosos. Sienten que se acerca el momento. Con objeto de prepararlos para ir a dormir se les solicita que se pongan los pijamas. Lo hacen diligentemente. Están preparados. A continuación a cenar. Pero...¡atención, peligro! Chorche se dirige hacia mí con cara de pregunta rebuscada. Y así es:

  • - "Oye papá, pero si los Reyes están ahora en Jaca y tienen que repartir juguetes a todos los niños y niñas del mundo, ¿les va a dar tiempo?"

Afortunadamente, este equipo de élite para el tratamiento de situación infantiles difíciles, tiene ya un poco de experiencia, y está preparado para estos contratiempos:

  • - "Claro Chorche...¡Por eso son magos!

 

21 horas. La siguiente fase de la operación se inicia: a cenar y a la cama. El frío invita a una cena ligera (sopica de fideos bien calentica, y pizza, más postre). Recurrimos a nuestra táctica de presión psicológica para conseguir el objetivo (que se vayan a dormir pronto):

  • - Venga, terminad pronto la cena que hoy os tenéis que dormir más pronto que ningún otro día.
  • - Vale mami.

 

22 horas. A estas horas, los chicos deberían estar dormidos, y el campo totalmente libre. Desgraciadamente, no es así. Confiamos en que se duerman pronto.

 

22'30 horas. Jaime nos "deleita" con un concierto de música. Nos ha cantado la jota "Las palomas de la Lonja" que le enseñó su yaya Pilar. Y nos la ha cantado otra vez. Y otra vez. Y otra más.

 

23 horas. Los padres  sabéis bien que, cuanto más quieres que una cosa se desarrolle de una forma con tus hijos, más probabilidades tienes de que salga al revés. Y, efectivamente, nosotros no somos una excepción. Si Chorche se acuesta a las diez todas las noches, hoy lo hace casi a las once. Además, hemos tenido que forzar la situación, y finalmente los dos se han ido a dormir a la cama de los papás, y con mamá. Esto supone un serio contratiempo en la misión, ya que limita nuestra capacidad de acción. Opto por esperar a que mamá duerma del todo a los chicos y salga al salón lo antes posible para proseguir el plan.

 

23'30 horas. Aquí no sale nadie.

 

23'45 horas. "..."

 

0 horas del día 6. Esta mujer o se ha dormido o se ha pasado al enemigo.

 

0'22 horas. Por fin, la puerta del salón se abre. Es Mayte. Se había dormido, aunque ella dice que no. Ponemos inicio a la última fase, y la más complicada: traer los regalos a casa.

 

0'23 horas. Me quito el pijama y me pongo la ropa para salir a la calle. Me doy cuenta de que los calcetines los tengo en mi dormitorio, donde están dormidos los niños. Voy a entrar, pero Mayte me dice que de ninguna manera, que Jaime tiene el sueño muy ligero y que se despertará. ¿Qué le vamos a hacer? Lo haremos sin calcetines.

 

0'24 horas. Salgo a la calle (sin calcetines). Hace un frío que pela. Inspecciono el entorno. No veo a nadie en la calle. Me dirijo al coche con la Luna casi llena haciéndome de guía entre la noche. Miro al cielo buscando, por qué no, a los Reyes Magos, pero no están por aquí (¿...o sí?). Pequeños cristalitos brillantes acompañan a la Luna en la magnífica decoración de este cielo raso y limpio, dando algo de luz a las montañas que me rodean cuyo perfil se intuye gracias a los resplandores celestes.

 

0'26 horas. Qué frío. Llego al coche y...y...y nada porque con la espera, las prisas, los calcetines y no sé qué más, me he dejado la llave. Vuelta atrás. Llego a casa y cuando me dirijo directamente al pomo de la puerta, ésta se abre dándome un susto de muerte. Pero no, no es ninguno de mis hijos. Es mi señora, con la llave del coche en la mano y cara de "...a ver si te enteras un poco...".

 

0'27 horas. Vuelvo al coche entre el frío y la oscuridad. Los calcetines siguen en mi dormitorio.

 

0'28 horas. Abro el coche, pero hemos escondido toda la mercancía tan a conciencia para que los niños no la encontraran, que tengo que vaciar medio maletero para encontrar los regalos: una caja grande para Jaime, y tres bolsas más pequeñas para Chorche.

 

0'31 horas. Mientras llego al portal de casa, me cruzo con otro papá. Pienso que "...Yo iré sin calcetines, pero debajo de esa cazadora de mujer éste lleva el pijama puesto...aunque reconozco que lleva calcetines, eso es verdad...". En lo que sí coincidimos es que portamos un montón de regalos.

  • - Hola, buenas noches
  • - Buenas noches

Es impresionante cómo nos hemos saludado (qué dignidad para las pintas que llevamos uno y otro). Yo creo que con la mirada nos hemos dicho: "...si tú no lo cuentas por allí, yo tampoco...".

 

0'32 horas. No sé si ha sido el frío o no, pero tras entrar en el portal y subir hacia casa me he tropezado con un escalón. Toda la escalera del bloque se ha llenado de la música de Winnie the Poo, ya que en la caída he pulsado accidentalmente algún mecanismo del regalo de Jaime. No lo sé parar. Así que me he ido corriendo escaleras abajo con la caja hasta la calle para no despertar a nadie. Dejo la escandalosa caja en el suelo. Miro hacia abajo y tras observar la imagen de mis pies vuelvo a pensar "...Y yo sin calcetines...".

 

0'33 horas. Un poco más calmado, decidido ya a entrar en el portal del patio en el mismo momento en que acabe la dichosa canción, pienso que esta situación la tengo que contar en el blog. A continuación medito un poco más "...si no se lo van a creer, pensarán que exagero. Mejor no lo pongo...". Y finalmente, con la última estrofa de Winnie the Poo me digo "...pues mira maño, si no se lo creen peor para ellos. Si el que me conoce sabe que esto me puede pasar y más...".

 

0'35 horas. Recuperado el silencio, subo la escalera y meto la llave en la cerraja. Abro... "¿Pero esta mujer dónde está?". El salón está vacío. Vuelvo a cavilar si habrá desertado, o si habré despertado a los niños por culpa del Winnie éste o como se llame. Pero no, Mayte sale como un resorte y me informa que Jaime había hablado en sueños y había dicho algo de los Reyes Magos. Ahora se ha vuelto a dormir, y "no hay moros en la costa". Vale, a meter los regalos.

 

0'36 horas.  Colocamos los regalos junto a la chimenea. Y entonces me doy cuenta de que allí están las botitas de los dos, y que junto a ellas, los chicos han dejado para Sus Majestades de Oriente tres plátanos, una bolsa de patatas fritas, varias latas de refrescos y una botella de agua, todo ello acompañado de una nota manuscrita. Con letra del mayor (el pequeñito lógicamente no sabe escribir) se puede leer: "PARA LOS 3 REYES" y una flecha que apunta a los plátanos. Una línea más abajo pone otra vez, "PARA LOS 3 REYES", y otra flechita apuntando a los refrescos. Mamá y yo nos quedamos mirándonos pensando lo "majicos" que son los niños a estas edades con sus ocurrencias. Pero, esperad, que aún hay otra frase más (ésta más pragmática) que dice: "PARA LOS 3 CAMELLOS VERI" ("Veri" es la marca comercial de la botella de agua). Es decir, que para los camellos agua. Tenemos que hacer esfuerzos para no reírnos en alto.

 

0'40 horas. Estamos a punto de dar por cerrada la Operación "Noche de Reyes". Pero nos quedan dos detalles. El primero, que los Reyes deben seguir dejando huella de su existencia. Esto quiere decir que me toca comerme uno de los plátanos (por lo menos) que los chicos han dejado a la comitiva real, y dejar la cáscara bien visible, para que los peques caigan en la cuenta de que los Reyes "han hecho aprecio" a su convite. Lo mismo hay que hacer con, al menos, una de las latas de refrescos y con las patatas fritas. Y lógicamente, hay que poner otra botella de agua de la misma marca vacía, por los camellos. Y el segundo detalle, dar gracias a Dios por nuestros hijos, y rogar por todos los niños del mundo y sus familias, para que todos hayan tenido reyes. En esta fecha de gran ilusión para nuestros hijos, también hay un momento para otros niños y otros padres cuyas vidas deben recorrer un tortuoso camino por las penurias económicas, por razones de salud, o por las que sean. Por ello, junto a los sentimientos propios de estos días, intentamos inculcar a nuestros hijos un valor importante para nuestra familia: la solidaridad. Y no sólo de palabra. Chorche y Jaime saben (con las limitaciones lógicas derivadas de su edad) que hay otros niños que no tienen tanta suerte. Por todos ellos hay que rezar por la noche, pero también para ellos son unos cuantos juguetes que entre los propios eligen Jaime y Chorche. Son juguetes que deben estar en buen estado de uso y sin romper que, al margen del valor material que puedan tener, poseen otro valor añadido en favor de mis hijos, que les servirá cuando sean mayores: ser solidarios. A sus 5 y 2 años respectivamente, es una forma de que comprendan (al menos el mayor) que hay gente en este mundo que lo pasa mal, y que es necesario hacer un esfuerzo por los demás, en este caso con sus juguetes (creo que, por su edad, no entenderían hacerlo de otra forma). Conforme crezcan, deberán mostrar su solidaridad de otras formas. Por eso, a veces pienso que el regalo no lo hacen mis hijos, sino que éstos son los verdaderos destinatarios de aquél.

 

POST DATA. Son las siete horas y cincuenta minutos del día 6 de enero. Estoy acostado en la cama de Jaime. Chorche y Jaime se han despertado, y han hecho lo propio conmigo y con mamá al grito de "¡Han venido los Reyes Magos! ¡Han venido los Reyes Magos!". Con cara de sueño voy hacia el salón. Por el camino me encuentro con Mayte, una sonrisa en nuestros rostros nos delata: ¡MISIÓN CUMPLIDA!

 

7'56 horas A.M. del 6 de enero. Fin de la emisión. (...)

 

GLORIA BENDITA!

GLORIA BENDITA!

Creo que se atribuye a Marcial, el poeta de Bílbilis, la frase de que "disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces". Me vais a permitir hoy una pequeña digresión, al margen de esta vorágine de noticias y eventos de carácter político. Os advierto que, quizás, a algunos os pueda parecer una tontería. Puede ser. Contrariamente para mí, supone mucho. Esta es la historia (real) de una lección que me enseñaron de niño sobre la importancia de la lluvia y del agua, que en su día heredé de mi padre y mi abuelo, y que hoy ya he transmitido a la siguiente generación.". Desde el corazón, espero que lo entendáis. Gracias por vuestra comprensión.

"…GLORIA BENDITA…"

Hace algunos días disfruté con mi familia de un maravilloso sendero por un bosque del Pirineo. Nos encanta poder enseñar a nuestros hijos parajes aragoneses, ayudarles a conocer la historia de nuestro Aragón, hacerles partícipes de la misma y, en definitiva, inculcarles el amor por esta tierra. También procuro instruirles en lo importante que es el medio ambiente, el respeto que merece y la necesidad de conservarlo en Aragón o en cualquier otro sitio.

Pues bien, cuando ya habíamos recorrido aproximadamente la mitad de ese sendero montañero (en ese preciso momento en el que el paisaje y el frescor de la montaña provocan que tu mente se desentienda de cualquier otro asunto que no sea la contemplación de la propia montaña) decidimos hacer una pausa para observar, escuchar y sentir la vida del bosque. Y, fue entonces, con las mochilas recién caídas en el suelo, cuando tuvimos la gran suerte de, durante este paréntesis, ser visitados casi inesperadamente (…Oh sorpresa!) por la lluvia: miles de gotas, de forma pausada, se precipitaban sobre nosotros, casi diría yo, con dulzura, acariciando las hojas y las ramas de los árboles, formando alrededor nuestro una partitura musical de ruiditos.

Durante unos minutos fantásticos, los cuatro nos sentimos parte integrante del bosque gracias a la repentina lluvia. Al amparo de un viejo tronco caído (tronco que, tal vez, fuera legendario en su día, quién sabe), permanecimos bajo los impermeables, abrigados por la espesura del bosque, con ese silencio pleno y mágico de estos lugares, roto únicamente por el tac-tac-tac de las goticas de agua dando fin a su largo viaje hasta la superficie. Rodeados por el color ocre y dorado del bosque en otoño, y por el verde-terciopelo de las piedras tapizadas de musgo, nos sentíamos casi invadidos por las fragancias embriagadoras de los árboles y la melodía de la lluvia, en armónica conjunción. El pequeño Jaime buscaba a mamá para acurrucarse más aún, y Chorche se erguía pegado a mi brazo dando muestras de que, a sus cinco años, ya es muy mayor (o, al menos, eso cree él). En este contexto, al acercarme a mis hijos para ajustar sus respectivas capuchas, me quedé contemplando la faz de ambos, y me di cuenta de que la expresión de su cara era idéntica: la mirada perdida en la frondosidad del bosque, muy quietos-muy quietos, ensimismados por el espectáculo que nos regalaba la Naturaleza, con los ojos muy brillantes y sus boquitas entreabiertas, como dos cachorritos asombrados por la magnífica e impresionante exaltación de la Naturaleza que tiene ante ellos, pero a la vez totalmente confiados en la protección segura de sus papás.

Y, lo cierto es que en ese mismo momento, no pude evitar recordar una situación pareja, ocurrida hace treinta años, en la que las sensaciones fueron muy semejantes, y con un diálogo cuyo eco ha recorrido, curiosamente, la distancia de tres décadas

Tenía yo por entonces cinco añicos (efectivamente, ya tengo treinta y cinco). Agarrado a la mano de mi padre, acompañábamos a mi abuelo (mi "yayo", como le llamaba yo con gran cariño y admiración, y como llaman hoy mis chicos a mi padre con los mismos sentimientos) visitando los campos que circundaban su pueblo (Ibdes, una pequeña localidad de la Comarca de la Comunidad de Calatayud). Con la protección de la impresionante iglesia dedicada a San Miguel Arcángel al fondo coronando el pueblo casi indemne al paso de los siglos, yo correteaba por los límites de, creo recordar, una era. La jornada transcurría plácidamente, entre conversaciones de mi padre y mi abuelo sobre dallas y forcachas, comentarios sobre yugadas, zoquetas y fajos de centeno, evocaciones sobre la buena faena del macho Bayo, la mula Castaña, o la mula Perdigana (tardé años en caer en la cuenta de que lo que yo entendía como nombres propios sin más, realmente lo eran respondiendo a sus colores). En estas estábamos cuando de repente nos visitó inesperadamente (…Oh sorpresa!) la lluvia. Cierro los ojos y todavía puedo reproducir en mi cabeza cómo nos resguardamos bajo el pequeño alero de una casa que, por lo que puedo alcanzar en mi memoria, se encontraba anexa a dicha era. Los tres contemplábamos la lluvia, en absoluto silencio. Algunas gotas de lluvia rebeldes lograban superar la protección de ese alero, y chocaban ligeramente con mi cara.

Pasados algunos minutos, me di cuenta de que mi abuelo y mi padre me estaban mirando mientras comentaban jocosamente la pinta que tenía yo: la mirada perdida sobre los campos, muy quieto-muy quieto, "enmimismado" con el fascinante espectáculo que tenía frente a mí, con los ojos muy brillantes y con la boquita entreabierta (¿os suena?).

Ambos volvieron de nuevo a su posición originaria de observación del paisaje en silencio. Recuerdo con gran intensidad sobre todo la figura de mi abuelo, del yayo Manuel: de pie (me parecía un gigante, a pesar de que no era alto), en posición "enjarretada", con su pantalón marrón oscuro y su cinturón, su camisa blanca de mangas largas pero con éstas recogida y dobladas a la altura de sus codos (quizá un poquito más arriba), así como su boina (negra como el tizón, y con ese rabito de tela que la coronaba y que tanto me llamaba la atención) cubriéndole la cabeza. Detrás de mi abuelo, y como un fiel respaldo y seguro discípulo, mi padre, una imagen que incluso de pequeño ya denotaba para mí el tremendo respeto que le profesaba, confirmado todo ello por el tratamiento de "usted" que yo no entendía ("…por qué mi papá debe tratar "de usted" a su papá, y yo que soy su nieto sí lo puedo tratar de tú, o por qué en lugar de papá le llama "padre"?…", me preguntaba). Y yo, unas decenas de centímetros más abajo, cogiendo la mano de mi padre ante el paisaje que se abría frente a nosotros. He ahí a tres generaciones de una familia…a tres "raguillas", como llamaban a nuestra familia en el pueblo.

Aún con la mente ensimismada, en mitad de ese ambiente denso (como si se hubiera parado el tiempo por unos minutos con la humedad, el olor y el color de la lluvia cayendo sobre la tierra) rompí el silencio de aquel momento mágico: "¡Jó papá! ¡cómo llueve! ¡qué rollo!" (mi mente de niño contraponía mi fascinación por la lluvia y el paisaje, con la imposibilidad de corretear libremente por los campos y, lógicamente, pudo más mi deseo infantil de jugar). Me respondió mi abuelo: "…¿La lluvia? La lluvia, hijico, es gloria bendita. No te apures, la lluvia es buena para todo. Hace falta para los campos, para que dé fruto el esfuerzo de tanta gente…No es eso que tú dices…La lluvia es gloria bendita…". El yayo no sabía muy bien qué significaba eso de "rollo" ni, a esas alturas de su vida, le importaba demasiado. Para él rollo (royo) siempre había significado de pelo rubio o pelirrojo (de hecho, yo era su nieto "el royico"); no obstante intuía la nueva acepción.

Yo me quedé perplejo; "… ¿Gloria bendita?…¿Qué es eso?…¿Bendita, ha dicho?…¿dónde está esa gloria que no la veo?…". Y sobre todo, "…¿será posible que el yayo no sepa lo que significa "ser un rollo"?…". Miré a mi padre para buscar en su cara algún gesto de complicidad conmigo y de extrañeza por la respuesta del abuelo. Sí, ese gesto que sin palabras te decía "…Bah, no le hagas caso al yayo, que son cosas suyas…", pero… no lo encontré. Mi padre también seguía mirando al frente, exactamente con el mismo rictus que mi abuelo. Comprendí entonces, como quien hace un gran descubrimiento, que mi padre opinaba igual que el suyo, que los términos "gloria bendita", era algo muy muy muy bueno, y que la lluvia era eso: gloria bendita. Luego recuerdo que recapacitaba en mi mente de niño: "…es verdad, si no lloviera…Menos mal que llueve, y que la lluvia es gloria bendita…". (Bueno, también comprendí que mi abuelo no estaba al tanto de los últimos giros lingüísticos de moda en aquel momento, pero, eso es harina de otro costal). Y así, cuando escampó, nos fuimos de vuelta a la casa, alcorzando donde nos esperaba una fritada con zoquetes de pan, al estilo de la que hacía la yaya Luisa ( que "se había ido al cielo" el año anterior, según me dijeron entonces).

Hoy, treinta años después, mi abuelo (mi querido yayo Manuel, "el raguilla", como le gustaba que le llamasen) ya no está con nosotros. Hace varios años que decidió acompañar a la yaya Luisa. En la actualidad, "el yayo", es mi padre. El raguillica royico de cinco años que aprendió esa lección sobre lo importante que era la lluvia, se ha convertido en el padre, y los nuevos raguillicas (también royicos) que se asombran con los bosques, las tormentas y la lluvia son mis chicos Chorche y Jaime. Dicen que los tiempos cambian, y es verdad. Pero hay cosas que permanecen. Cosas que no pueden ni deben cambiar como esta enseñanza familiar que, espero, mis hijos sepan trasladar a los suyos. Una enseñanza simple, pero qué importante a la vez. Así lo hicieron conmigo… y así lo hice yo el otro día: Chorche, mi hijo mayor, con cinco añicos, estaba un poco enfurruñado porque, a pesar de la admiración que le ocasionaba la lluvia, ésta le impedía recorrer el bosque como él quería (buscando setas, y huellas de animales). Y lógicamente, también a él le pudo más su visión infantil por jugar y curiosear: "¡Jó papá! ¡cómo llueve! ¡qué rollo!". La respuesta no tardó en llegar por mi parte: "…¿La lluvia?…La lluvia es gloria bendita, Chorche… La lluvia es gloria bendita…". Como me ocurriera a mí hace treinta años, la perplejidad en la cara de mi hijo mayor revelaba claramente, estoy seguro, que en su cabecita colmada de Pokemons y Digimons, se estaba preguntado: "…¿Gloria bendita? Pero, ¿qué es eso de la "gloria bendita"?…". Con una sonrisa dibujada en mi cara, habiendo amainado ya, seguimos nuestro sendero montañero camino de la Fuen d’os Forestals, mientras me rondaba por la mente que tal vez, dentro de treinta añadas sea yo el yayo, mis hijos los padres, y quizás otro/a raguillica (royico/a , o tal vez morenico/a) se asombre con las montañas y la lluvia…y con las frases raras de su yayo).

Por cierto…¿sería mi abuelo también en su día el nieto extrañado por esas palabras raras de su yayo?

Un besico, yayos, allá donde estéis.

*Nota de la foto: la fotografía que os adjunto es una de las más queridas que poseo. En ella, se ven, en la puerta de la Casa, a mis abuelos (Luisa y Manuel, mis "yayos"; la yaya fallecería al año siguiente). Frente a ellos, mi padre (qué joven!), y yo de su mano. Con nosotros, la mula Castaña (sujeta por mi abuelo) y el macho Bayo, preparados para salir al campo.