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JUEGOS DE NIETOS Y YAYO

JUEGOS DE NIETOS Y YAYO

¿Habéis visto alguna vez un terremoto? ¿No? Bueno, pues si pasáis un día por mi casa os presentaré uno. Se llama Jaime y tiene dos años.

Los que de vez en cuando os ponéis en contacto conmigo me habéis dicho que os gustan los artículos del estilo de "Gloria Bendita" o de "Crónica de una noche de Reyes". Pues bien, aquí viene otra entrega de vivencia personal (y real por supuesto) con mensaje final, como siempre.

El otro día mi pequeño Jaime me dejó perplejo. Estábamos jugando en su cuarto con sus coches y camiones. Aunque, puestos a decir la verdad, con Jaime no se juega "a los coches", sino a "aparcar" estos juguetes. Sí, Jaime es así. Como casi siempre que jugamos (dando muestras de ese carácter que sin duda alguna viene por la vía materna) las reglas del juego las pone él. Por ejemplo, no vale aparcar los coches de juguete de cualquier forma, no. Tienen que estacionarse "en batería" y no en cordón. Además, por una de esas reglas unilaterales de este pequeño dictadorcillo, los coches más cochambrosos me toca aparcarlos a mí, claro. Los coches más chulos siempre le corresponden a él (...eso sí, alguna vez aprovecho que está cenando o bañándose para probar sobre todo ese supercamión de bomberos, con su escalera, sirena de dos tipos, ruedas grandes (seis), parachoques y retrovisores metalizados, mangueras de color rojo y negro, luces...ejem...En fin, que es muy chulo el camión). Bueno, pues en esas estábamos.

Comenzaba ya a molestarme el lumbago por la posición que adoptaba para jugar, cuando de repente, en uno de esos cambios repentinos de atención que tienen los niños de esta edad (tan pronto les interesa un juego, como que pasan a otro), Jaime me propuso lo siguiente:

  • "Oye papá, ahoda a echad cadedas" (Oye papá, ahora a echar carreras)
  • Pero, ¿con los coches o corriendo nosotros?
  • "Noooo. Codiendo nozotroz" (Noooo. Corriendo nosotros).

Yo ví en este cambio de juegos mi oportunidad para liberarme del dolor de espalda, así que acepté encantado. Una vez más, Jaime estableció las reglas:

  • "Yo doy la zalida" (Yo doy la salida)
  • Vale, ¿hasta dónde corremos?
  • "Hazta allí" (Hasta allí, hasta la mesa del salón)
  • Vale

Nos preparamos para salir corriendo, cuando oímos a la yaya que nos advertía desde el otro lado de nuestra casa:

  • Jaime, a ver si te vas a esbarar y te vas a estozolar. Luego no me llores, que estás avisado.

Reconozco que en momentos de advertencias como ésta, yo soy peor que mis hijos, así que ambos hicimos como que no iba con nosotros las palabras de la yaya. Así pues, ya teníamos todo preparado para la salida. Jaime con su lengua de trapo declamó las palabras mágicas para dar inicio a la competición:

  • "Pepadadoooooz...Líiiztooooz...¡Ya!" (Preparadooooos...Liiistoooos...¡Ya!)

Al oir el "ya", me lancé por el pasillo que da al salón, donde se encontraba la ansiada meta (la mesa del salón). Por unos momentos sentí cómo desde algún lugar celestial sonaba la música de "Carros de Fuego" (ta ta ta ta taaaa ta, ta ta ta ta taaaa...), mientras mi cuerpo se movía como en cámara lenta coordinadamente con el ambiente semionírico y heroico del momento... Cuando de repente ¡zas!...¡vuelta a la realidad! Un "Eeeh!" infantil y quejoso que parecía proceder de un metro más abajo, me hizo despertar de mi fantasía. Era Jaime, claro.

Me vuelvo con cara de extrañeza y le digo:

  • ¿Qué pasa?

Y me encuentro con la siguiente imagen: un enanito muy muy muy enfadado, que con el ceño fruncido, cara de pocos amigos, y postura "en jarras", se me acerca paso a paso con tono casi amenazante. De repente, el pitufo levanta su mano derecha, y mientras mueve su dedo índice transversalmente, me dice:

  • "No, no, no no...Mú mal papá. Aún no he acabao de dá la zalida." (No, no, no, no ...Muy mal papá. Aún no he acabado de dar la salida.)

"¿Cómo?", pensé yo. "¿Que aún no ha acabado de dar la salida? Uy, uy, uy, uy. Aquí hay gato encerrado".

Jaime estaba casi indignado: una cosa es que papá le gane a correr (que, tampoco) y otra que encima le haga trampas... ¡faltaría más! Así que, viendo que estaba "de morros", utilicé un tono conciliador:

  • Ah Jaime!, ¿que aún no habías acabado? Es que no me he dado cuenta. Venga, da la salida otra vez

Tan pronto como oyó mis palabras, su gesto cambió automáticamente. Su carita de enfadado se tornó en una faz pletórica de alegría, contento como un cascabel, con una sonrisa de oreja a oreja y unos ojicos brillantes como el sol. Así que volvió a su ritual previo a la salida: posición atlética yyy...

  • "Pepadadoooooz...Líiiztooooz...¡Ya!" (Preparadoooos,..Liiistoooos...¡Ya!"

A continuación me quedé inmóvil como una estatua. Fue sólo un segundo, pero aquel instante me dio para pensar "¿qué irá a decir Jaime ahora? ¿no será un taco? Y sobre todo ¿de dónde lo habrá sacado? ¿será un taco? ¿lo habrá oído en la tele? ¿será un taco? ¿saldrá la abuela al pasillo justo cuando pasemos y la atropellaremos? Igual no es un taco pero, ¿y si es un taco? ...". Podía pasar cualquier cosa, sobre todo si el control de la situación dependía de terremoto Jaime.

Pero lo que ocurrió no fue tan grave. Y no fue nada malo (...y no fue un taco!). Al contrario, fue una cosa muy bonita. Y es que, Jaime continuó con su oratoria previa a la salida, añadiendo la siguiente frase:

  • "¡Que va!...¡Que va!...¡Que va e gavilán!...Zi no t'ezcapaz te hé de pelááá!" (Que va, que va, que va el gavilán. Si no te escapas te he de pelar)

Ahora, el que se quedó sin palabras y quieto en el sitio fui yo. Mientras, Jaime escapaba a golpe de pañal hacia la meta (la mesa del salón).

  • Un momento, un momento, un momento - espeté.
  • Oye Jaime, ¿qué es eso del gavilán que has dicho?

Y Jaime con sus dos añitos, se giró y se acercó a mí muy lentamente, desafiante, nuevamente con las manos en jarras, balanceándose paso a paso, como un jotero pequeñico plantando cara a los franceses en plena Guerra de la Independencia. Casi daba miedo. Levantó sus bracitos hacia el cielo y, con tono de molestia por tener que dar semejante explicación, me dijo:

  • "¡La zalidaaaa!" (¡qué acento más mañico puso para estas dos palabras!)
  • Ya, ya. La salida. Pero ¿qué es eso del gavilán? ¿Dónde lo has oído? ¿Quién te lo ha enseñado?.

La cara de Jaime reflejaba un rictus de incredulidad. Yo creo que pensaba para sus adentros algo así como "...Pero papá, ¿cómo me preguntas tú que quién me ha enseñado esto del gavilán? ¿será posible que ya lo hayas olvidado?...". Finalmente, me contestó con dos palabras:

  • "El yaaayoooo" (ahora con un tono más aclaratorio y tranquilizador, como el que le pongo yo cuando le explico o le corrijo en algo).

Y entonces caí en la cuenta. Es verdad...ya se me había olvidado. Hace ya muchos años, mi padre (el yayo de Jaime y Chorche) me contaba que cuando él era niño jugaba con sus amigos en la calle a cosas tales como el "tú la llevas", "el escondite", etc. Y en casi todos estos juegos, siempre había alguien que "la pagaba", quien debía contar (por ejemplo, hasta diez) dando tiempo a los demás para esconderse o escapar. Y era entonces, cuando llegaban al último número de la lista, cuando a modo de aviso de que habían acabado y que salían "de caza", decían:

  • "¡Que va! ¡Que va! ¡Que va el gavilán! Si no te escapas...¡te he de pelar!".

Recuerdo que cuando mi padre me lo contó, siendo yo pequeño me causó cierta extrañeza, pero tampoco demasiada porque mis amigos y yo también teníamos nuestras frases propias del juego o cantinelas del estilo de "un avión japonés, ¿cuántas bombas tira al mes?" (al niño o niña que le tocaba la palabra "mes" decía un número, se volvía a contar, y el que coincidía con éste, o bien la pagaba o se salvaba (según lo amigo que era, claro)).

Y, volviendo al relato original, finalmente todo se resolvió. Resulta que la tarde anterior, nietos y yayo habían pasado varias horas jugando juntos. Era evidente. Ello explicaba lo del gavilán. Juegos en los que dos generaciones de la familia unen, y comparten cariño, cuentos, pasatiempos...y vida. Juegos en los que los nietos observan a su yayo totalmente absortos, mientras éste les relata un cuento de un monstruo al que se enfrentan dos valientes caballeros cuyos nombres, curiosamente, son Chorche y Jaime. Juegos en los que el yayo se retrotrae varias décadas reviviendo su niñez y sus diversiones infantiles.

Reflexioné unos segundos, y medité que tal vez el paso del tiempo en esta vida es un compañero traicionero que nos oculta tras la niebla del olvido "pequeñas" cosas que realmente son mucho más importantes de lo que pensamos. De hecho, yo no recuerdo cuántos años hace de la última vez que jugué con mi padre a algo así. Pero imagino que, quizás, la pagaba yo. Tal vez conté hasta diez, mi padre se escondió detrás de ese gran árbol que había al principio del parque y cuyas hojas caídas sobre el suelo en otoño me encantaba pisar, y yo avisé con un altísimo "¡Que va! ¡Que va! ¡Que va el gavilán! Si no te escapas...¡te he de pelar!"... ¿O tal vez la pagaba mi padre? No sé...no recuerdo.

El caso es que mi olvido imperdonable ha sido subsanado por mi hijo pequeño (¡cuántas cosas aprendo cada día gracias a mis hijos!). Así que, tras pensar unos días sobre esta cuestión mientras observo cómo crecen mis chiquitines, he decidido que, si un día Chorche y Jaime olvidan la advertencia del gavilán, yo me encargaré de que la llama de la memoria siga encendida para que mis nieticos y/o nieticas conozcan cómo jugaban de pequeños su yayo y el papá de su yayo. Para mí, ésta es una de las miles de ricas facetas por descubrir y vivir en el seno de la Familia.

Por todo ello he querido traer esta reflexión al blog. Me encantaría que reflexionarais sobre ello.

Firmado,

"El gavilán"

P.D. Os adjunto foto del camión de bomberos...¡qué pasada! ¿verdad? Pues además, la escalera se mueve hacia los lados...¡una pasada!...¡De verdad!...Bueno...adios.

 

1 comentario

YULEIDI -

PARA MI EL VIDEO YAYO ES MAS FAVULOSO DEL MUNDO