LA VIEJA CASA SIN HEREDERO
Las páginas especializadas en internet sobre climatología ofrecían una información inequívoca. Existía un 70% de probabilidad de lluvia en la zona, razón por la cual me preparé adecuadamente (chubasquero, anorak, botas, etc). De todas formas, confiaba en la protección de la montaña que emergía en uno de los costados ya que la totalidad de mi itinerario se iba a desarrollar por la ladera sur. No tenía garantías plenas de evitar las precipitaciones pero por la experiencia que tenía en el lugar sabía que, al menos, rebajaría bastante su rigor (de hecho, no me equivoqué). La vieja Casa (con mayúscula) ya abandonada que buscaba estaba aislada en el monte, pero no se encontraba muy lejana. El camino era claro y solo debía desviarme en el último momento, con la edificación (o lo que quedaba de ella) a la vista.
Efectivamente, la gran mole rocosa que rompía el horizonte hacia el norte hizo de escudo eficiente y me evitó acabar más chipiado de lo recomendable. Un zorro se cruzó en mi camino ("...señal de buen augurio...", pensé). El animal atravesó transversalmente mi ruta de forma pausada, pero en realidad más que lenta su forma de avanzar era eminentemente elegante y sigilosa, propia de quien sabe que se encuentra en el territorio del que ostenta su título principal. A penas fueron tres o cuatro segundos en los que cruzamos nuestras miradas. Su esbelta cola se perdió entre el ribazo y los árboles cercanos al camino.
Tras este agradable encuentro, continué mi marcha. Al poco tiempo divisé lo que, a todas luces, era una construcción obra de la mano del hombre. A pesar de cierto grado de mimetización con el entorno, unos metros más me bastaron para comprobar que, efectivamente, era la vieja Casa. Me acerqué a la bella y desolada construcción, notando en ese momento que la lluvia cesaba por momentos. La edificación en sus buenos tiempos tenía dos o tres plantas, y seguramente era el domicilio de una familia que conformaban Casa Aragonesa, esa institución autárquica en la que cada componente tenía su finalidad y su papel.
Los campos de alrededor delataban el trabajo que las diversas generaciones habían realizado con el ganado y la tierra. El interior, todavía hacía reconocible algunas alacenas construidas sobre los muros principales que aguantaban el paso del tiempo y la lluvia. Una puerta arrancada todavía mantenía el pestillo de la cerraja para salvaguardar la intimidad de sus antiguos pobladores, intimidad que hoy solo existe en un mundo espiritual.
La ventana abierta y medio destrozada de la parte superior era un estupendo marco de la montaña protectora. Cuántas veces habrá sido el lugar en el que las mozas se asomaran para escuchar y ver a sus rondadores. Cuántas veces habrá sido utilizada como lugar de reflexión sobre la propia familia, la Casa y la cultura de aunar en una sola mano toda la propiedad para poder subsistir.
En una pequeña habitación del interior (o de lo que quedaba de ella), todavía se hacía visible el rincón en el que descansaban unos fajos ramas debidamente ordenados y atados con un tallo. Era curioso en una Casa abandonada hace décadas. Tal vez el espíritu del antiguo heredero todavía pasea entre las ruinas y el bosque.
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