LA CHAMINERA DE LA PARDINA
El día era perfecto para una marcha por el monte: sol y unos diez grados de temperatura al comenzar la mañana. Esta vez no llevaba mi gps. Había memorizado el trayecto y con los dos mapas que traía conmigo era suficiente. No era un camino largo ni aparentemente complicado. Mi objetivo era llegar a una antigua pardina, abandonada desde hace años, rematada por una preciosa chaminera (chimenea) troncocónica que aún guardaba los restos de su espantabrujas, según me habían dicho.
Una vez localizado el origen del camino, a veces esta tarea puede dar algún quebradero de cabeza, inicié mi marcha a través del barro provocado por las últimas lluvias. Había señales de paso de todoterrenos (seguramente agentes de protección de la naturaleza y cazadores) que en este momento tendrían muchas dificultades para transitar. Tal vez una vez se seque bastante más el piso puedan pasar, pero ahora...complicado. Mis botas se tornaron muy pronto del color de la humedad y del lodo. Como marco acústico, al principio el sonido de un pequeño pero bravo arroyo cercano y los balidos de las ovejas pertenecientes a una explotación ganadera más o menos cercana. Paulatinamente, y conforme avanzaba por el camino, los sonidos anteriores cesaron, y el piar de numerosos pájaros que mantenían en este bosquecillo que me rodeaba su lugar de residencia se adueñó del entorno. De vez en cuando, la melodía ornitológica era quebrada por el grave y oscuro grajear de una familia de córvidos que anunciaba mi presencia.
El trayecto se hizo muy corto. Entre quinientos metros y un kilómetro (como mucho) de agradable paseo entre pinos jóvenes y, un poco más allá, los restos de antiguos campos de explotación agrícola y ganadera, hoy invadidos por la maleza y el olvido. En cualquier forma, indicios de una sociedad de trabajo rural, y anunciadora de la existencia de los inmuebles que formaban parte de la pardina que buscaba.
De repente, una pronunciada curva hacia la izquierda me condujo a un claro. Era evidente que en tiempos la explanada había sido utilizada para el accesoa a la pardina. Un poquito más, y...allí apareció ante mí una estupenda construcción rústica con un portalón de entrada, y el frontal de un edificio de dos o tres plantas rematado por un vano circular, bajo tejado a dos aguas.
Desgraciadamente, la ruina se había apoderado del conjunto. Algunos tejados se habían hundido (la persona que me aconsejó la visita no lo recordaba así), la maleza había invadido algunos sectores, y los propietarios (con buen criterio) habían colocado una valla protectora alrededor para evitar que la gente se introduzca en los edificios y se produzca algún accidente. A pesar de todo, la pardina mantenía una imagen impresionantemente bella.
El conjunto estaba formado por tres-cuatro edificios con claras señales de arquitectura popular. Sentí una especial alegría porque representaba claramente la organización familiar y social de la institución de la Casa Aragonesa, donde todos trabajaban para ésta, se conforman roles sociales claramente funcionales, el derecho se basa en la costumbre, y tiende a la autarquía para su mantenimiento. Y es que, uno de los edificios (el coronado por la chaminera) era claramente residencial. Los otros dos poseían una función ganadera y agrícola muy evidentes. Junto al conjunto, una explanada tal vez usada como era o como mosal para el ganado.
Y, efectivamente, allí estaba. Una impresionante chaminera troncocónica típicamente aragonesa de la zona pirenaica. Grande en sus dimensiones, con su galería de ventanicas en la parte superior, y todo ello rematado con los restos de un espantabrujas que, seguramente, todavía mantenía su función de proteger a la Casa y a sus moradores de los males de hechiceros, brujas y otros. Qué belleza, pero también, qué pena. La chaminera o chimenera, en su día fue el lugar principal de encuentro y convivencia de los miembros de la Casa, de la familia. Cuántas historias se habrán contado a los más pequeños en medio de la noche a la luz de la chera, cuántas canciones se habrán entonado en la lengua aragonesa materna, cuántos problemas se habrán abordado por parte de los amos de la Casa al calor de las brasas, cuántas capitulaciones, pactos y acuerdos familiares habrán sido alcanzados tras dialogar y debatir sentados sobre las cadieras.
Y hoy...hoy no existen brasas, ni historias, ni canciones. El abandono de la explotación sumió la pardina en el olvido. Pero la chaminera sigue allí, imponente, altiva, orgullosa. Sigue marcando el poder de la Casa. Continúa protegiendo a los espíritus de los antiguos moradores. Perpetúa la protección a través de su espantabrujas a quienes buscan cobijo. Y allí seguirá, espero que por muchos años. Tal vez alguien invierta las tornas un día, y se decida a su reconstrucción.
Tan cerca y tan lejos. A pocos minutos de una carretera por la que transcurren vehículos del siglo XXI ajenos a esta pardina que permanece oculta por el bosque a los ojos de los viandantes y conductores. Incluso más cercana a la carretera que otras explotaciones ganaderas modernas en activo. Pero a la vez tan lejos...
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