SITUACIONES EXTRAÑAS EN UN PUEBLO ABANDONADO
El acceso al lugar abandonado parecía en sí mismo extraño. Era necesario desviarse de la senda principal bajando una ladera poblada de árboles que impedían ver el núcleo de casas o ruinas. Tras unos metros de descenso, apareció al fondo la esbelta silueta de una torre de traza románica perteneciente a la iglesia parroquial del antiguo pueblo. Efectivamente, siguiendo el tortuoso y empinado camino llegué hasta la base de la torre y rodeé el edificio sagrado por uno de los lados, bordeando su ábside decorado con una galería de arquillos, y de repente...apareció ante mí el conjunto de casas y edificaciones rurales que formaron lo que antaño era un pueblo con vida.
La luz que contextualizaba el viejo pueblo ya asumía unos brillos chocantes. Tal vez las nubes, la hora, la perspectiva de mi orientación...no sé lo que era, pero me amparaba una luz casi de caramelo, como si los colores estuvieran siendo definidos a través de un filtro de cristal de tonalidad miel. Todo disponía de un matiz diferente. Lo que parecía una antigua placeta dejaba ver, entre setas y otras plantas, los restos óseos de un pequeño jabalí, con su cráneo perfectamente reconocible. Una imagen un tanto macabra, pero natural al mismo tiempo, que no dejaba de ser paradójica: restos de un esqueleto animal sin vida en medio de una explosión vital de colores.
Si las imágenes y los colores poseían una atmósfera rara, o al menos así me lo parecía a mí, la acústica no se quedaba atrás. El silencio "pesaba", aunque realmente no se oía nada: ni los pájaros, ni el viento moviendo las ramas de los árboles de la zona...nada. Por un momento me sentí inmerso en un lugar encantado, y (quizá por que comenzaba a sufrir cierta influencia del entorno) tenía la sensación de que me costaba moverme...como si fuera a "cámara lenta".
"...Estoy cansado...", pensé. Me repuse con un poco de líquido y algunos frutos secos. Seguramente, la fatiga de llegar hasta aquí me estaba haciendo ver y oir (o no ver ni oir) lo que realmente estaba allí.
Decidí ir a explorar las ruinas, y para ello saqué mi cámara digital de fotos...pero no funcionaba. Se había quedado sin batería. Y esto tampoco lo entendía bien, porque la noche anterior había estado recargándolas totalmente. "Bueno..." pensé, "...un error técnico, y las pilas no se han recargado...". Afortunadamente, llevaba conmigo la cámara de vídeo y, aunque prefiero la imagen estática de la fotografía, al menos tendría posibilidad de revisar en casa toda la visualización del pueblo. "...Después de tres horas caminando por las sendas, imagínate que me quedo sin cámaras..." me dije a mí mismo.
Recogí la cámara de fotos y coloqué la de vídeo sobre mi mano. Encendí, y empecé a grabar una panorámica general cuando de pronto..."pí pí pí pí". Miré extrañado a la cámara de vídeo "...Qué pasa? No me digas que no llevo cinta suficiente...". Pero no, no era eso. Tenía cinta de sobras. Lo que no había era, nuevamente, batería. Supongo que la cara que se me debió quedar era óptima para hacer un retrato. "...Pero, si esta cámara también estaba recargada y no la había usado...".
Reconozco que me sentí un poco incómodo. No estaba nervioso, pero sí sorprendido con todo. Bueno, digamos la verdad: algo nervioso comenzaba a encontrarme. Me dirigí hacia lo que parecía una de las calles principales del pueblo abandonado. La vía pública aparecía cubierta de maleza, hierba, algunos arbustos y restos de piedra caídos de las edificaciones limítrofes que habían cedido a las inclemencias del tiempo y al abandono. Al frente, observé una construcción que estaba bastante bien conservada todavía (dentro de lo que cabe esperar en un pueblo abandonado desde hace décadas). Era una especie de borda con el techo de losa de piedra pigmentada por el verde musgo. Instintivamente, encendí la cámara de vídeo que aún llevaba en la mano. Cuando quise darme cuenta, ya estaba grabando. "...Ah, ¿ahora tienes batería?...". El interior de esta construcción se observaba con gran claridad desde la entrada. La techumbre estaba compuesta por una bella estructura de madera y cañizo, y parecía fuere. A un rincón, los restos de un hogar. Curiosamente, una cesta colgaba de una de las vigas de madera del techo "...no parece que lleve mucho tiempo eso así...", me dije a mí mismo. Pero sobre todo, lo que me llamó la atención fue el cambio de luz y de colores. Era como entrar a otro mundo, como sumergir la cabeza en el agua de una piscina. O quizá era al revés; la sensación de "bucear" la tenía por las calles, mientras que cuando entré en la borda todo parecía volver a su ser.
Reculé un poco con la cámara en la mano, y salí de la coqueta borda cuando de repente otra vez "...pí pí pí pí...". Llegados a ese momento, ya no entendía nada. El nivel de batería era, directa y nuevamente, nulo. Durante dos segundos me quedé mirando a la cámara, como esperando explicaciones. Cuando me di cuenta de lo tonto de mi actitud, recogí la cámara en su funda. Al hacerlo, comprobé igualmente que mi GPS se había vuelto loco. No podía orientarme por él y, cómo no, parecía que iba justo de batería (también llevaba pilas nuevas de esa misma mañana...). Una vez que me encontré desarmado de aparatos, me pregunté "...Qué hago ahora? Me doy una vuelta o me largo zumbando de aquí?...". Consulté mi móvil para ver la hora que era...sin cobertura, y con poca batería también. Finalmente creí que lo adecuado era visitar todo el pueblo, tomar notas de los principales hallazgos y...controlar el ridículo nerviosismo que comenzaba a invadirme.
Libreta y lápiz en mano, fui escrutando las ruinas. La belleza...el abandono...las huellas de un sistema socioeconómico de hace algún siglo...las penurias...las alegrías...todo. Como me suele ocurrir, quedé embelesado nuevamente por todo lo que me rodeaba. Creo que ya no me acordaba ni de hallazgos extraños, ni de atmósferas incómodas, ni de caídas inesperadas de baterías, etc.
Me senté sobre una piedra. Alivié el peso de mi espalda dejando la mochila a mis pies. Y allí me quedé mirando lo que aún quedaba de aquel pueblo. Mis ojos se fijaban una y otra vez en el edificio de la iglesia. Miraba hacia la izquierda queriendo descubrir algo por ese lado, pero con el rabillo del ojo notaba insistentemente que la iglesia (preciosa, por cierto) estaba allí. Realizaba un barrido visual hacia la derecha, indagando entre las edificaciones como excusa, pero nuevamente el rabillo del ojo me indicaba que la iglesia estaba por el otro lado. Definitivamente, sentía una atracción clara hacia la iglesia. Mirar directamente a la portada de este edificio me producía una sensación parecida a la timidez (no sé por qué), pero era inevitable. Así que me dejé vencer por la belleza de la construcción y la miré fijamente.
Me relajé un momento, sentado sobre la piedra, abrazando mis rodillas con los brazos y recreándome en la rústica y bella entrada a la antigua parroquial.
- Es bonita ¿verdad?
- ...¿¿??...
Casi me caigo de la piedra del susto. El corazón me latía a mil por hora, y noté cómo el rostro se me ruborizaba de la impresión. Pensaba que estaba solo, pero resulta que no, que tenía a un señor mayor al lado.
- Es bonita ¿verdad?
Todavía recuperándome del susto y carraspeando, intentando disimular el temblequeo de mi voz, acerté a decir:
- Ejem!!...Sí es bonita, sí... Lástima que esté tan abandonada.
- Sí es pena sí. Fíjese, que allí me cristianaron mis padres.
Me quedé mirando a mi interlocutor. Era un señor bastante mayor, con su gayata en la mano derecha y boina ceñida a la cabeza. La cara, curtida de trabajar de sol a sol en el campo. Vestido con pantalón, chaleco y una chaqueta, sujetaba con una de sus manos el reloj de bolsillo que cruzaba hasta el bolsillo de su chaleco.
El hombre dio dos pasos hacia mí, levantó su bastón señalando a la torre y me dijo con un tono bonachón:
- Esta torre lleva siglos aquí, y seguirá bastante más.
Me volví a mirar a la torre. Mi inesperado compañero tenía razón. ¡La cantidad de siglos que llevaba resistiendo la torre al paso del tiempo! Todos los eventos que se habrán producido a su alrededor: bautizos, bodas, funerales, juramentos, adveraciones...Solo acerté a contestarle:
- Es verdad. Es una torre estupenda. Muy fuerte y muy bonita. Es lo primero que he visto desde la senda.
- Así es, así es, contestó mi nuevo amigo.
En ese mismo momento se levantó una ráfaga de viento muy cálido, tanto que parecía subir la temperatura de repente.
- Uf, qué calor tengo ahora. Voy a quitarme el anorak. Cómo cambia el tiempo de repente aquí arriba ¿eh?
No obtuve respuesta. Volví mi mirada hacia el lado donde estaba este señor. Pero allí no había nadie. Busqué con la mirada hacia todos los lados...y nada. Totalmente inquieto, me levanté de un salto y avancé unos metros hacia un lado, luego hacia otro. Volví a mi sitio. Me coloqué donde había pisado este hombre...pero allí no había nadie. Corrí hacia la torre de la iglesia ("...este hombre ha tenido que ir a ver la torre, pero no me he enterado de cómo ha llegado hasta ella..."), pero lo único que había era soledad. Subí a un pequeño montículo de piedras para buscar una mejor vista...nada. Incluso me asomé por el portalón de la iglesia (era casi imposible que una persona mayor pudiera atravesar la zona escombrada), busqué por las pocas calles que se distinguían, entre las ruinas, entre las edificaciones que aún se mantenían...y el resultado fue siempre el mismo: me encontraba solo.
Estaba inquieto, mosqueado, casi molesto. Intenté calmarne. ¿Me habré sondormido? No, evidentemente no. ¿Se habrá ido corriendo o yo qué sé cómo este hombre? Imposible, lo hubiera visto y oído con absoluta certeza, y además era muy mayor y con bastón.
En aquel moemnto comencé a reflexionar: vamos a ver, sinceramente...¿cómo va a haber un hombre de unos setenta-ochenta años con dificultades para andar, apoyado en un bastón, a unas tres horas de la civilización? "...no puede ser, no puede ser..." me dije. Además, ahora que lo pienso, la indumentaria que llevaba este hombre no era normal, no era actual. Y por si eso fuera poco, ¿no me ha hablado este hombre claramente en aragonés?
Inundado entre interrogantes, dudas, miedos y preguntas sin respuesta, un ruidito llamó mi atención expulsándome de aquella situación de introversión e incomprensión: "...Pí pí pí pí...". ¡¡ Era la alarma de la cámara de vídeo!!
- "Sí, ya sé que no tienes batería", le espeté a la cámara como si fuera humana. Saqué la cámara de su funda pensando que aún estaba encendida, y mi sorpresa fue encontrarme un aparato con la batería plenamente cargada. Mi cara era un poema. Volví a dejar mi mochila sobre el suelo, y con nerviosismo, casi prediciendo lo que iba a pasar, busqué la cámara fotográfica digital. La encendí y...la batería aparecía cargada totalmente. No salía de mi asombro. Rápidamente cogí mi GPS que llevaba colgado al cuello: orientación norte perfecta, nivel de batería óptimo. Ya no quise comprobar el móvil: era evidente que estaba con cobertura y batería.
Es incomprensible.
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toño -