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DIÁLOGO CON UN PASTOR

DIÁLOGO CON UN PASTOR

Ayer por la tarde disfruté junto a mi familia y unos amigos de una deliciosa charla con un pastor de la comarca de la Jacetania. Los que me conocéis un poco, ya sabéis que me encanta hablar con personas mayores de nuestros pueblos. Estas conversaciones son auténticas lecciones sobre la vida en nuestros entornos rurales en las últimas décadas, y a mí me resultan muy interesantes. Como os decía, ayer me acerqué con Chorche, Jaime y Mayte y unos amigos hasta un lugar cercano en el que un pastor, ayudado por su fiel perrita "Pichi", guardaba un rebaño de ovejas.

El pastor nos estuvo contando lo difícil que es la vida para los ganaderos actuales. Nos dijo que el rebaño que controla tenía unas setecientas cabezas. A mí me pareció un grupo grande, pero pronto me di cuenta de que no era así, ya que el rebaño que había llevado este pastor tiempo atrás alcanzaba las mil cuatrocientas cabezas.

A los chicos les llamó la atención la actitud vigilante de "Pichi", la inseparable perrita del pastor que controlaba el rebaño con gran cuidado, a la vez que estaba muy pendiente de las órdenes del pastor. Pichi se dejó acariciar por los chicos, y estuvo a nuestro lado mientras con la mirada seguía los movimientos de una oveja que se había retrasado mucho y que estaba alejada del resto de sus compañeras.

El pastor era una persona ya mayor, armado con su bastón natural y con una piel de cabra que utilizaba como asiento para descansar en el suelo. Su tez morena, curtida por el sol, delataba el trabajo que había desarrollado durante toda su vida y que, en sus propias palabras, era difícil que encontrara un sucesor: "...ya no hay pastores. Los jóvenes no se interesan, no saben, y el oficio se está perdiendo...".

Pero si hubo algo bonito en esta conversación, además de toda la información sobre el modo de vida de los pastores que me contó este amable hombre y que aprovecharé para enriquecer mi archivo, fueron los dos corderitos recién nacidos que al principio traía el pastor cogidos de una de sus patas. Efectivamente, tal y como nos informó el pastor, los dos corderitos habían nacido apenas media hora antes. Eran blancos como la nieve (aunque la frase suene a tópico), con un trazo rosa en su rostro que enmarcaba su hocico. Casi no podían tenerse en pie, pero en los minutos que estuvimos nosotros aprendieron a ponerse de pie, a caminar torpemente para seguir a su madre, y a tetar de su orgullosa mamá. Eran tan pequeñitos que esta preciosidad de animalitos todavía tenían parte del cordón umbilical.

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