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CHORCHE Y SU TEORÍA SOBRE EL ORIGEN DEL ARCO IRIS

CHORCHE Y SU TEORÍA SOBRE EL ORIGEN DEL ARCO IRIS

Vamos con otra historia familiar. Esta vez se trata de Chorche, mi hijo mayor. El otro día en el Pirineo "descubrió" el origen del Arco Iris (descubrimiento a la manera, evidentemente, de un niño de seis años que paso a relatar).

 

Era un día de otoño, de esos en los que la grandeza de la montaña nos demuestra lo poquita cosa que somos. Paseábamos por las calles de un pueblo de la Comarca de la Jacetania, con la inmensa mole de la Collarada al fondo cuya cima comenzaba a teñirse de blanco por la nieve. El impresionante paisaje de fondo era acompañado de varios fenómenos meteorológicos coincidentes ante nuestros ojos. Éramos espectadores de la vivaz danza que el sol y la lluvia interpretaban con el cielo como escenario. Unas veces Helios llevaba la voz principal colando sus rayos de vida entre las nubes. Pero su protagonismo, aun titánico, no era duradero puesto que en poco tiempo, las nubes se expresaban cerrando el paso de la luz a través de su gris etéreo y una cortina leve de lluvia provocada por las ninfas Híades. Dos fenómenos (sol y lluvia) en un baile de pareja armonioso y espectacular, pero que a mí me parecía sobre todo plenamente romántico. Una dación de vida a través de la manifestación del agua y de la luz, un espectáculo íntimo de dos a la vista de todos.

 

Como fruto de todo ello, un hermoso Arco Iris enmarcaba el pueblo. El primero de nosotros en darse cuenta fue Chorche:

 

  • ¡Mira papá, el Arco Iris!
  •  

 

La exclamación de Chorche mostraba su asombro ante tan bello cuadro, asombro que esta vez no era exclusivo de un niño de seis años, sino compartido por los adultos, pues objetivamente así era.

 

Era una curva perfecta, multicolor, potente y amplia. Era un regalo otorgado por la Naturaleza. Era la culminación de ésta.

 

Estuvimos un rato observando el fenómeno en silencio, porque cuando una cosa alcanza determinadas cotas de belleza, el silencio se impone a todo. Tras unos minutos, procedimos a seguir nuestro camino. Lluvia ... sol... otra vez lluvia ... sol ... Así se desarrolló nuestro itinerario. Y de repente, cuando ya nuestra mente de adultos pensaba en aspectos más cotidianos de la vida, Chorche lo descubrió:

 

  • ¡¡Eh, papá!! ¡¡Mira!! ¡¡Ven!! ¡Mira lo que he encontrado!
  •  

  • ¿Qué has visto?
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  • ¡Mira, aquí tocaba el suelo el Arco Iris! ¡De aquí nacía! ¿Ves esta huella de colores en el suelo? Pues...¡es la huella del Arco Iris!
  •  

 

¿La huella del Arco Iris? Me pregunté yo mirando con cara burlona a su madre. Ésta llevaba en brazos al pequeño Jaime dormidito. Con un gesto de aprobación sonriente de ésta (esos gestos llenos de ternura y amor hacia los hijos que creo solo pueden hacer las mamás), y sin palabras, me indicó que fuera a comprobar este "descubrimiento".

 

  • Mira papá. ¿Lo ves? Es la huella del Arco Iris. ¿Ves que se ven sus colores aún? De aquí salía y daba la curva allí en el cielo, y bajaba hasta el otro lado del pueblo, allí cerca del bosque.
  •  

 

Me asomé con curiosidad para ver esa "huella" y, ¡vaya sorpresa!, porque la marca en cuestión...¡existía! Efectivamente había una mancha en el suelo, de forma irregular, de varios colores parecidos a los del Arco Iris pero difuminados, y que se observaban con alguna dificultad pero inequívocamente. Me dí cuenta de que Chorche creía al cien por cien en esta "teoría" que acababa de razonar su cabecita. Chorche lo vio todo clarísimo: hemos visto antes de lejos el Arco Iris sobre el pueblo, y parecía que tocaba el suelo por ambos extremos; ahora que hemos llegado hasta aquí cerca de uno de esos extremos, casualmente hay una mancha multicolor en el asfalto con varios colores de los que tiene al arco iris...Conclusión: ¡Aquí tocaba el suelo el Arco Iris!

 

Como os digo, la huella en cuestión existía. Pero claro, de lo que no se dio cuenta Chorche, porque no lo sabía, es de que esa marca o huella de varios colores (que, es cierto que parecía tener un trocito de Arco Iris serigrafiado) era realmente una mancha de aceite de un coche que, seguramente, había aparcado previamente allí, y tenía algún pequeño escape dejando un  resto que al mezclarse con el agua de la lluvia daba esa sensación de tener varios colores.

 

Me pareció tan tierna la ocurrencia de Chorche y, en contraposición, tan deprimente la triste realidad que, frente al dilema de padre entre optar por la realidad o la fantasía, preferí no decirle la verdad todavía (obviamente, tampoco le confirmé su "teoría"). Y ello, porque empecé explicándole el fenómeno de la refracción de la luz a través de las gotas de agua, y de la causa del propio Arco Iris y sus colores. Pero estaba claro que Chorche no me debió prestar mucha atención, porque con un tono propio de un detective privado de novela, y como continuación a mi explicación, apostilló:

 

  • ¡Exacto! Y aquí (señalando la mancha de aceite) es donde tocaba el suelo el Arco Iris.

     

 

Comprobé que no era el mejor momento para explicaciones científicas, porque Chorche no iba a prestar ninguna atención (o peor aún, tal vez si yo seguía insistiendo en explicarle la verdad, Choche a su teoría podría añadir la acción misteriosa de algún Pokémon o Digimon, lo cual me hubiera dejado ya sin argumentos). Así que decidí posponer la explicación y le saqué una foto con la "huella" en cuestión. Algunos días después volví a la carga con la explicación verídica de la causa del Arco Iris, y creo que lo entendió.

 

Cosas de niños. Qué majicos!

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